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Libertad desvalorada
Libertad desvalorada

Mi nombre es Miguel Argüello, les contaré mi historia y como perdí la preciada libertad.
Nací en un hogar donde mis padres trabajaban muy duro para sostenernos a mi hermana, a mí y a ellos. Con mucho esfuerzo mis padres lograron comprar una casa en una zona residencial decente, pensando en nuestra seguridad, fuimos a una escuela pública ya que no nos podíamos dar el lujo de una escuela privada, no obstante, los maestros lograban sacar lo mejor de los estudiantes.
Al menos a mí me ingresaron en el equipo de balón pie donde me destaqué como delantero y por mi agilidad acertaba en la portería. Me costó mucho adaptarme porque soy muy individualista y competitivo, lo que en muchas ocasiones me causo roces con mis compañeros de equipo.
Mi hermana fue admitida en el grupo de gimnasia de la escuela, muy ágil y flexible la condenada. Durante la primaria me hice amigo de varios chicos que no habitaban en mi comunidad, sus padres habían logrado que los aceptaran, pero los chicos eran un poco difíciles a la hora de aceptar órdenes, pero no eran malos hasta ese momento.
Durante la primaria todo fue fácil porque nuestros padres nos brindaban lo más elemental, aunque siempre veía a muchos de mis compañeros hablar de paseos y vistas a lugares, yo anhelaba tener lo que ellos tenían; sus padres llegaban a dejarlos en auto, mas mi hermana y yo teníamos que caminar o en el mejor de los casos tomar el autobús.
En la secundaría las cosas no mejoraron, al menos para mí. Al ver mis habilidades deportivas el profesor de esa materia hablo con mis padres para que me permitiera ingresar al equipo de balompié como central derecho. Me propuse ser el mejor como siempre, pero baje el rendimiento educativo lo que provoco que me suspendieran del equipo eso por orden de mi papá. Me moleste profundamente con él por sacarme del equipo, me dijo que el jugar era una manera de crear disciplina, pero eran los estudios los que me podrán ayudar a labrarme un futuro.
Me molestaba, el estar en mi condición, culpaba a mi padre en especial porque siempre era muy duro y rudo conmigo, mientras que con mi hermana era dulce y delicado, mi madre decía.
-Hijo, tu papá te quiere y sólo busca tu bien, él es más blando con tu hermana por ser mujer – Nunca le he creído. Que diferencia hay entre ella y yo, si yo soy más inteligente que ella.
Yo siempre quería jugar, por lo que me propuse mejorar mis notas y regresar al equipo, ya que eso era un escudo para que los idiotas de papi y mami me dejaran de molestar. Algunos de ellos estaban en equipos de otros deportes y atraían chicas de grados mayores. A mi me gustaba una chica dos años más grande que yo; así que me esmeré para ser el mejor en todo.
Muy a mi pesar durante algún tiempo traté de llamar su atención, sin embargo, ese deseo se convirtió en un imposible.
-Hermano, ella nunca va a mirarte. No tenemos dinero -Esas fueron las palabras de mi hermana. Era tan tonto y ciego que no veía la verdad en aquellas palabras.
Terminé a duras penas la secundaria. Las notas mediocres que obtuve durante aquellos años no me permitieron ingresar a la universidad; mi hermana al contrario obtuvo mejores notas y con una beca deportiva pudo ingresar a la universidad a estudiar derecho. Mis padres estaban orgullosos de ella. Yo los había defraudado.
Saliendo de la secundaria mi padre me envió a trabajar.
-Si no estudias y quieres vivir bajo este techo deberás contribuir con las responsabilidades de la casa -Esas fueron las palabras de mi padre. Eso me había molestado mucho. Me quedé en casa porque no tenía donde ir.
Colaboré con mis responsabilidades, trabajaba como operario en un fábrica, me iba bien. Poco a poco iba subiendo de puesto, más solo en la planta. Un día mientras salía de la oficina de recursos humanos, me la encontré, la chica por la que había suspirado todos mis años de secundaria estaba despidiéndose del gerente y dueño de la empresa.
La miré con el corazón desbocado, creí haberla olvidado, en ese momento me di cuenta de que no, no la había olvidado. Se alejo de su padre, pasando por mi lado sin dirigirme una sola mirada de reconocimiento. Mi hermana tenía razón, yo era un don nadie. Jamás me miraría.
Los días pasaban, a menudo la miraba y ella ni me reconocía, ella se estaba preparando para algún día tomar el puesto de su padre, al menos eso me habían dicho. Era inalcanzable, me había obsesionado con ella. Frustrado una noche de viernes un grupo de compañeros y yo decidimos irnos de juerga, bebíamos sin control.
En algún momento de la madrugada, salimos del bar, cada uno tomo su camino. Zigzagueando por las aceras sin percatarme llegué a un área peligrosa, donde los traficantes hacían sus negocios sucios. Al llegar a una bodega el alcohol no me dejaba ya caminar tropecé con unos contenedores haciendo tanto ruido, que llamé la atención de unos traficantes.
Me llevaron arrastras, me iban a matar, por lo que les rogué que me dejaran vivir, que haría cualquier cosa que me pidieran y ahí fue donde todo comenzó a mejorar a mi estúpido pensar en ese momento.
Mi carácter competitivo me llevo a traficar cualquier cosa, desde drogas hasta personas. El dinero caía a mares, pronto me fui de la casa. Menos preciaba a m familia porque yo tenía lo que siempre había anhelado. Visitaba los centros más exclusivos de la ciudad, tenía todas las mujeres que deseaba a disposición, un día de tantos coincidí con la mujer que tanto me había atraído.
Ese día si me miro, vestía ropa y zapatos de diseñador, en mi mano se posaban alhajas de oro y mi perfume de los mejores. Se acerco a mí, saludándome, sin embargo, yo la ignoré. Ya no me interesaba.
Un día mientras preparábamos un cargamento, la policía llegó y por más que quise escapar me atraparon. Desde que me había ido de mi casa, no me contactaba con mi familia; les llamé muchas veces para contratar los servicios de mi hermana, sabía que se había graduado en derecho, pensaba que ella me defendiera.
Las esperanzas se fueron al traste cuando el día del juicio me doy cuenta de que la fiscal a cargo de mi caso era nada menos que mi hermana; ella me miro con sus ojos llenos de vergüenza y decepción. Bajé la cabeza y acepté mi destino.
Mi hermana había cumplido su sueño, se había fijado una meta y la había logrado, ahora sí mis padres podían sentirse orgullosos y ella había logrado con esfuerzo lo que yo siempre había anhelado.
Yo tuve el dinero, dinero que obtuve por actos deplorables; ahora mi familia me desconocía, los hombres que me habían dicho que eran mis amigos, compañeros de fechorías, ni siquiera se habían aparecido.
Ahora es cuando valoro mi libertad, tuve elección de caminar por el camino largo y recto, en cambio elegí el corto y fácil que me llevo tras las rejas lo que me quede de vida.
Kattia Palacios Avilés
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Editado 21/06/2024
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