...

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¡Oh, Solón, Solón!
¿Vendrás tú, querida y temida muerte, el día en que me halle dichoso y puedan por eso decir los vivos que alcancé la felicidad?
¿Sellarás con tu cenizo beso mi ventura y la salvarás del declive, de la desgracia?
Pues tan inseguro es vivir, que mientras vea al sol cruzar el cielo de nada puedo decir: esto es mío.
Se escurre el tiempo como lenta avalancha inofensiva, arrastrando a mis rostros amados y enterrando mis pobres recuerdos.
Nada permanece, siempre hemos sabido la respuesta al enigma de la esfinge, que bien hizo con despeñarse en la oscuridad del abismo.
¡Oh, aniquiladora de mis días! No vengas cuando me muerdan las calamidades, acéchame en las horas del amor, en la contemplación de la bondad de los hombres o de la belleza ciega de la naturaleza.


© Mauricio Arias correa