...

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Una imagen imborrable
Al primer ruido se aceleró el corazón. El pánico invadió todo mi ser. Venía a por mí.

Me apresuré en salir de aquella habitación y la encerré dentro. Aunque mi primera reacción fuera huir, de sobra sabía que eso solo era una medida provisional. En algún momento tendría que enfrentarme a ella.

Procuré no demorarlo más. Me armé de lo primero que encontré y mi mano temblorosa abrió lentamente aquella puerta. Paso a paso recorrí la habitación. No la veía, pero la oía. La respiración cada
vez era más agitada. Perseguí su sonido intentando no hacer movimientos que delataran mi posición.

Por fin, la descubrí. Se había introducido en un saco y estaba devorando algo, saciando su feroz apetito. Parecía ansiosa y
desesperada. Era mi oportunidad.

Me acerqué a él rogando que no saliera, le hice un nudo y lo lancé al suelo.
Sus gritos aumentaron en intensidad y el saco se revolvía con sus movimientos.

Era incapaz de presenciar aquello. ¿Y si lograba salir? ¿Y si encontraba una escapatoria? Vendría para vengarse y descargar toda su ira sobre mí.

¡Piensa, Flora! ¡Piensa!

Agarré el saco y lo introduje en un habitáculo. Antes de cerrar la puerta, lo rocié de veneno.

Quizás no fue la opción más viable. Quizás pude ser más benevolente.
Pero era ella o yo. No me sentí culpable. Al fin y al cabo, en su muerte se llevó algo mío.

Encontraron su cadáver al día siguiente. Una avispa en la bolsa del pan dentro de una lavadora. Una imagen imborrable...

© Flora Rodríguez