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El Portal de los Adioses
En el rincón más apartado del jardín de la señora Evelyn, donde las rosas se entrelazan con las hiedras y los pájaros cantan melodías ancestrales, se encontraba un antiguo portal. Nadie sabía cuánto tiempo llevaba allí, pero su madera tallada y sus inscripciones en una lengua olvidada hablaban de tiempos inmemoriales.

La señora Evelyn, una anciana de cabellos plateados y ojos llenos de sabiduría, había vivido toda su vida junto al portal. A menudo, se sentaba en su mecedora de mimbre, observando cómo las mariposas danzaban alrededor de la entrada. Pero nunca se atrevió a cruzarlo. ¿Qué había al otro lado? ¿Qué secretos guardaba?

Un día, mientras el sol se ocultaba tras las colinas, la señora Evelyn tomó una decisión. Se levantó de su mecedora, ajustó su chal y se acercó al portal. Sus manos temblaban al tocar la madera gastada. ¿Dejaría atrás su hogar, sus recuerdos, su vida?

El viento susurró palabras antiguas mientras el portal se abría lentamente. La señora Evelyn cerró los ojos y dio un paso adelante. El mundo cambió a su alrededor. Los colores se volvieron más intensos, los sonidos más nítidos. Estaba en un lugar diferente, un mundo de maravillas y misterios.

Frente a ella se alzaba un bosque de árboles centenarios. Sus hojas brillaban como esmeraldas, y el aire olía a tierra húmeda y promesas. La señora Evelyn caminó entre los árboles, sintiendo la energía de este nuevo lugar. ¿Qué dejaría atrás? Su casa, su jardín, sus recuerdos… pero también el dolor de la soledad y la rutina.

En el corazón del bosque, encontró un lago cristalino. Las aguas eran tan claras que podía ver hasta el fondo. En el centro del lago flotaba un nenúfar blanco, su belleza etérea como un sueño. Las ranas croaban melodías antiguas desde las orillas.

La señora Evelyn se sentó junto al lago y miró su reflejo. ¿Qué había dejado atrás? Su vida anterior, sí, pero también había dejado atrás el miedo. El miedo a lo desconocido, a la muerte, a la soledad. Aquí, en este mundo nuevo, podía ser quien quisiera ser.

Y así, la señora Evelyn se convirtió en la guardiana del portal. Cada día, cruzaba entre mundos, llevando consigo historias y secretos. Dejó atrás su antigua vida, pero encontró algo más valioso: la libertad de explorar, de aprender, de amar.

Y dicen que, cuando el sol se pone y las estrellas titilan en el cielo, la señora Evelyn se sienta junto al lago y susurra palabras de despedida. Porque, al final, todos debemos cruzar algún portal y dejar algo atrás. Lo importante es lo que encontramos al otro lado.

© Roberto R. Díaz Blanco