...

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El disfraz
A pesar de la sangre caliente circulando por su cuerpo, sabía que estaba casi muerto. Ante el mundo mostraba un disfraz de lo que un día fue. Una máscara fabricada con anhelos y pequeños trozos
esparcidos en el recuerdo. Fragmentos cosidos a base de lágrimas, en un intento de aferrarse a la sensación de estar vivo.

Se sentía cómodo con su falsa vestimenta. Rozaba, aunque fuera por instantes, los latidos de su corazón. Tal era su plenitud que llegó a no desnudarse, ni siquiera cuando estaba solo, y a olvidarse de él.

En ocasiones, algún incidente fortuito le recordaba la cruda realidad. Abría un par de botones y miraba atemorizado hacia dentro... ¡Cuánto dolor le provocaba! ¿Cómo había llegado a llenarse de tanta tristeza y desolación? ¡Él! Un luchador incansable, océano de amor y alegría, huracán ante las adversidades, con tantos y tantos sueños... Ya no había luz, no quedaba nada bueno a lo que sujetarse, solo oscuridad en un mar desierto. Mientras intentaba recuperar el equilibrio para no desvanecer, lentamente volvía a cerrar los botones. Se acicalaba un poco y se enfrentaba con el espejo. No le gustaba observar una mentira, pero se auto convencía de que era la mejor opción. Además, le sentaba bien sonreír. Abría las puertas y continuaba con su amago de vida.

Lástima que ignorase toda la magia y fuerza que aún conservaba y no pudiera verla en su reflejo. Pues ese disfraz, sin ser
consciente, era una batalla diaria por salir de su propio infierno. Seguía siendo un guerrero, un luchador que jamás abandonaría.

No, no estaba casi muerto.

Estaba casi vivo.

© Flora Rodríguez