...

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Civilización
La civilización...
Boceto de bronquiolos
sobre papel de carbono.
Y matemáticamente,
todo es tan parecido.

¡Tan inmensamente idéntico!.

El mural monocromático.
El hegémonico grisáceo,
del cajón arquitectónico
de un colmenar impávido.

Aritmética C-P-U.
Andróginos jardínes.

Las selvas, son botánicos
asilos en las urbes.

El suicidio, tiene olor
a sudorosa adolescencia.
A imperfecta madurez.
Insatisfecha tristeza.
Nuestro incompleto crecer.

El insomnio es un ataque
de ciática en mis piernas,
y de existencia en mi cráneo.

El diazepam; nuestro mesías,
nos infunde la cordura
como la aguja del caballo.

Me clavo en los alvéolos
punzones de nicotina.

El sputnik vaporífero,
prensado en un cilindro,
quiere besar a la Luna.

Renazco en las colacas.
Sueño ser equilibrista.
Siento el trapecio, hundiéndose
en mi anoréxica razón,
como un eje de vacío
sobre el que temo caer.

Me acuesto en el domingo,
con la náusea de otro lunes
y vomitando cada sábado.

Y un embozado urinario
me atora la cabeza.

Si adentro, meto mis manos
en la mierda que lo atasca,
sacaría un balbuceo
millonésimo de angustia.

Y discuto estupideces.

Y la rabia irracional,
ha emergido en un engendro,
que provoca espéctaculos,
donde residen tres locos
en un piso marginal...

¿Qué queda entonces de mí?.

Aún no sé si es neumonía,
o es la sencilla vivencia
quien martillea mi tórax.

O es el motopico,
de la espada neumática
del crucifijo solar,
como un buitre desnucándome.

La estalactita lacrimal,
derrama a la cebolla
a la mitad mutilada.

Es la hora de los cómicos.
La risa programada
de las diez de la noche.

Sucede al noticiario...
El sufrimiento es ajeno.

“Los niños, mueren en brazos;
enharinados en un horno
detonado por las bombas".
Muy lejos... Cadena 13.

Psst... Cadena 14.
La teletienda. “Sarténes
antiadherentes de cocina"...

La hipocresía es el xanax.
La amistad, se vende en éxtasis
de quinientos miligramos
cada fin de la semana.

El mundo es un recinto
de terapia para adictos
sin personal contratado.

La ciudad, un avispero
de abotargados yonkis,
y un futuro manicomio
de silencio y ancianos.

Nos recoge el autobús
de ganado de las siete.
Y colgamos de las barras.
Nos hincamos en los ganchos.

Somos carne en la vitrina
de un viviente expositor.

Somos miradas ausentes.
El paisaje, nos recorre
como un rápido vistazo,
que no observa a ningún lado.

La rotonda, bate máquinas
repitiéndolas en círculos.

El hastío es un trazado,
desde el atasco a las ocho;
entre el cansancio hacia las cuatro
y hasta el odio de las nueve.

Los mecánicos gallos
cacarean en la cama.

En la espina del caracol;
petrificado el cemento,
recorremos espirales.

El verde ácido cáustico
de los árboles químicos
cae, como una sinfonía
moribunda y marchita,
sobre las teclas de la acera.

Y en las etílicas cuevas,
se despierta el obrero
dentro de un sueño ebrio.
Fuera del alma que ensueña.

Es más fácil desnudarse,
que desvestirse las entrañas.

Nos duele ver el mundo
tal como somos nosotros.

La noche, se eterniza
como un arpegio en bucle.

Las persianas se cierran.
Las luminarias se apagan.
Se dobla el interruptor,
como un sombrío monólogo
ante el yo enmudecido.

La bombilla se evapora.
La borrasca tenebrosa
del plafón se precipita.

La tempestad solitaria
de la conciencia chasquea.
Reverbera entre los tímpanos,
como industrial armonía.

El amor, parece estar
en un circuito de fábrica
ensamblado a un espejo.

Y yo he mirado tanto;
tantas veces al espejo...
Y tan sólo, veo en él
por qué razón no amo.

Nos preocupamos por el ser,
no por saber como somos.

Vivo en una dosis
paliativa del vivir,
mientras viviendo soy nada.

Y mi mejilla naufraga
en la magnética almohada,
como un coro de cansancio
que me revuelve todo.


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