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El enigma de las huellas
Hacía rato, no se sabía de ella, ni dónde estaba, ni si está bien, pero viva, seguro estaba. Lo sé, lo saben, porque durante las noches, en la playa, sobre la arena, aparecían pies. Pies pequeños, como de mujer. No era la primera; distintos pies se formaban cada cierto tiempo.

Tenían miedo, ¿qué le había pasado? ¿Eran de ella esas huellas? Nadie se animó a ir a aquella pequeña playa de noche, pues corrían rumores de un hombre alto, que aparecía cada noche.

Una noche me acerqué yo, entré a la playa, pisé la arena. ¡Qué incómodo sentir cómo se metía en mis zapatos! Me los saqué, y caminé sobre las huellas.

Oí, una voz, como de mujer, era la de ella; eso lo sé. Siguiendo las huellas, ella apareció, a la distancia, y me llamó: «ven, mi amor».

Asustado, corrí, pisé una roca, y me caí.
Ella se paró delante de mí. No recuerdo lo que pasó después, pero en el hospital aparecí.

Angustiado y gritando, me desperté. La enfermera estaba ahí, parada de espaldas a mí.

—Ella está viva, está viva, yo la maté, de eso me aseguré y a tres metros bajo tierra la enterré.
—Lo sé —dijo. Yo me sorprendí.
—¿Cómo es que lo sabes?—tartamudeando le respondí.

Se dio vuelta y me sonrió. Era ella, sin dudarlo. Se acercaba lentamente hacia mí. Tenía una jeringa en la mano…

© Joscy