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Tabla rasa
Muy pocas cosas me faltaron por ser; en alguna época, incluso pude haber sido un cínico. Ahora no, ya es tarde. Soy un perro desdentado y lento, sin fuerzas para pelear por un hueso o enfrentar el frío, siempre inclemente con los viejos. Además, como siempre he buscado procurarme una relativa comodidad, se puede decir que soy un animal viejo y domesticado, al que ya le queda grande la impertinencia del perro que se pasea campante por el templo mientras se oficia la misa, husmea entre los feligreses y se detiene solamente a rascarse las pulgas. Ahora me conviene despreocuparme y dejarme caer en el egoísmo del que siempre me cuidé y el que siempre condené en otros como la forma más atroz de elegir ser uno. Ahora solo quiero soltar la cadena del mundo y dejarlo ir por el despeñadero por el que siempre ha amenazado con irse, a que por fin, después de tanto rodar al borde del abismo, que es lo que lo hace ser mundo, se pierda para siempre en lo profundo con los hombres y sus edades, con su inmutable guerra donde los héroes han sido ficciones solamente necesarias para esconder la disolución del individuo en la masa de los que mueren en vano.

Ficciones... A estas alturas, cuando en las noches me visitan los dolores, desde donde veo al tiempo como una esfera de metal perfectamente pulido girando imperceptiblemente, devolviéndome mi reflejo curvo que se desvanece en cada vuelta, empujándome en un imparable reflujo hacia una infancia enmohecida y desencantada, no puedo más que aceptar que todo fue un engaño, y que la inocencia a veces se pierde a tajos mientras la vida desemboca en lo únicamente verdadero: la muerte.

Por eso he decidido, antes de que mi mal me imposibilite, echar a las llamas de la indiferencia todas las baratijas en las que puse denodadamente mis esperanzas, como el mal pintor que en un momento de honestidad entrega al fuego sus lienzos, para que en el futuro su nombre se salve de una genialidad atribuida por mediocres. Las más altas posibilidades humanas no han sido más que papeles mojados desperdigados en las calles y el progreso y la felicidad son imposibles. Gusanos intestinales que se han subido al cerebro para hacernos creer que somos la medida de todas las cosas. Los sentimientos no son más que manifestaciones animales revestidas de toda poderosa fuerza por poetas cuya candidez es capaz de inducir a la más grosera ingenuidad a las mentes hambrientas, igual que el hombre de ciencia lleva a multitudes a atascarse en ciénagas pegajosas.

Debo verter en mi mente una purga, un tósigo que elimine las pulgas matando al perro, si es necesario. Pero debe ser voluntario, no quiero dejarle a la enfermedad la tarea de la que yo debo encargarme. Debo ser el demoledor del edificio, debo romper a mazazos los cimientos del error, pulverizar los escombros, que con mi cuerpo mueran solamente mis ya degradados instintos y vuelva yo a la nada tal cual y como vine: tabla rasa.

© Mauricio Arias correa