...

2 views

El Juramento Del Vampiro (Capítulo 4: Sentimientos consolidados)
—¡¿Qué?! ¿Es esto una broma? —Afrodita miró con ira a Perséfone— ¡Estoy segura de que ella te convenció para que me echaras!
—No, Afrodita. Perséfone no ha mencionado nada sobre ti.
—Entonces fue Artemisa. Desde que llegué, no ha dejado de mirarme mal.
—Artemisa tampoco ha hecho ningún comentario. La decisión es mía. —Apoyó ambas manos en el escritorio—. Entiendo que esto sea difícil para ti, pero…
Afrodita lo señaló con el dedo.
—Si te atreves a echarme de tu casa, mis padres se enfadarán contigo. Y sabes perfectamente que son personas muy influyentes.
—¿Acaso has olvidado quién soy? Soy Hades, el rey de los vampiros. Te aseguro que si tus padres intentan hacerme daño, mi nación se levantará contra ellos.
Afrodita no supo qué responder.
—Ahora, te pido que te vayas. Artemisa.
Artemisa apareció casi al instante.
—¿Me llamaste?
—Prepara un carruaje con dos caballos para que Afrodita pueda regresar a su hogar.
—No aceptaré tu falsa generosidad. Regresaré por mis propios medios.
—Entonces te acompañaré a la salida.
—No es necesario. Sé dónde está la salida.
Dicho esto, Afrodita salió de la habitación con paso firme. Hades hizo un gesto a Artemisa para que la acompañara. Artemisa asintió y la siguió. Hades se sentó y se llevó las manos a la cara. Perséfone, aún impresionada, se acercó a él.
—¿Por qué has tomado esta decisión tan drástica?
—Lo hice por ti.
—¿Por… por mí?
—No te hagas la inocente. Ambos sabemos que sentimos lo mismo.
Perséfone quedó boquiabierta.
—¿Entonces sabes lo que siento por ti?
—Sí. Y yo siento lo mismo por ti.
—No… no sé qué decir. Yo…
—Hice una promesa a tus padres. Juré que te cuidaría como si fueras mi hija. Pero… pero…
Perséfone lo abrazó por el cuello.
—Cuando los sentimientos son más fuertes, a veces debemos romper ciertas reglas.
—Lo sé. Pero me sentiré culpable si rompo mi promesa. Nunca he roto ninguna.
—Te entiendo. A mí me pasa lo mismo. Pero no podemos ocultar nuestros sentimientos. Si lo hacemos, tomaremos decisiones equivocadas y luego nos arrepentiremos.
—¿Podrías darme tiempo para procesar todo esto?
—Por supuesto. Tienes todo el tiempo del mundo.
—Gracias.
—De nada.
Poco después, Artemisa entró en la sala. Al ver la escena, se ruborizó.
—Lamento interrumpir. Solo quería informar que Afrodita ya se ha ido.

Hades se levantó. Su mirada se volvió seria, al igual que su voz.
—Activa el protocolo de emergencia.
—Sí, señor.
Artemisa salió rápidamente.
—¿Protocolo de emergencia? ¿Qué es eso? —preguntó Perséfone.
—Es probable que la familia de Afrodita venga a tomar la justicia por su mano.
—Pero tú le dijiste que sería una mala idea si lo hacían.
—Sí. Pero como no estamos en mi reino, este lugar es prácticamente tierra de nadie.
—¿Y por qué no vamos a tu reino?
—Me gustaría llevarte. Pero hay una barrera que te impide entrar.
—¿Y por qué?
—Porque no eres una vampira. Ahora Artemisa hará un hechizo para rodear la casa con un campo de fuerza invisible y llamará a un ejército de zombis armados para que la protejan. Esperemos que eso sea suficiente.
—¿Y qué tengo que hacer para convertirme en vampira?
—Aunque te lo dijera, no permitiría que lo hicieras.
—¿Y por qué no? ¿No nos amamos acaso?
—Precisamente por eso. Porque si te convierto en vampira, vivirás eternamente, al igual que yo. Y eso ya es un castigo en sí mismo.
Perséfone lo miró fijamente.
—Si tengo que hacer eso para estar con el hombre al que amo, por mí está bien.
—No, Perséfone. No sabes lo que dices. Ser vampiro también es una tortura ver cómo mueren las personas que te rodean.
—¿Y eso qué importa? Siempre ha sido así y no hace falta vivir eternamente para soportar ese dolor.
—Perséfone.
Aquí tienes el texto refinado:

—Te amo, Hades. No quiero morir sabiendo que sufrirás por mi pérdida.
—Hestia también era humana y eso causó su muerte.
—¿Qué?
—Hestia era humana al principio y se convirtió en vampira. Pero su padre, un famoso cazador de vampiros de su tiempo, la mató cuando fue a visitarlo. No quiero que nadie te haga daño.
Perséfone estaba cansada de la negatividad de Hades. Así que no pudo más. Agarró su solapa con ambas manos y lo besó.
Ese beso romántico, iniciado por Perséfone, intensificó el amor que Hades sentía por ella. Perséfone dejó de besarlo, soltó su solapa y lo miró, sonrojada.
—No soy Hestia. Permíteme convertirme en vampira para que podamos vivir en tu castillo lo antes posible. Tu vida corre peligro en estas tierras y ya has arriesgado bastante solo por cuidarme.
A Hades no le quedó más remedio que cumplir su deseo.
Al anochecer, bajo la tranquilidad del bosque y la luna llena, la mansión estaba rodeada de unos cien zombis armados hasta los dientes. Protegían la antigua mansión con sus escudos y espadas, preparados para la guerra.
Hades y sus compañeros estaban en el frío sótano de la mansión. Allí, entre los viejos libros, había un sigilo con figuras extrañas y letras que Perséfone nunca había visto en su vida. Ella estaba en el centro, rodeada por un círculo con cuatro velas encendidas en los cuatro puntos cardinales. Su cuerpo rígido y su sudor frío evidenciaban su ansiedad.
—Debes estar tranquila. No te pasará nada —dijo Artemisa.
—De acuerdo —respondió Perséfone.
—Respira profundamente.
—Sí.
Al sentirse más tranquila, Artemisa miró a Hades y este asintió. Hades se acercó lentamente y descubrió su antebrazo derecho. Alargó la uña de su dedo índice de la mano izquierda e hizo un corte en su muñeca derecha, provocando un sangrado. Acercó su muñeca a la boca de Perséfone.
—Bebe.
Perséfone bebió un poco de su sangre y Hades se apartó. Inmediatamente, su muñeca dejó de sangrar. Se alejó del círculo y junto con Artemisa se centró en ella.
Perséfone comenzó a sentir un ardor en el pecho. Su corazón latía con fuerza hasta el punto de quejarse y arrodillarse. Llevó sus manos a su pecho y gritó de dolor.
Hades, preocupado, iba a acercarse, pero Artemisa lo detuvo extendiendo su brazo.
—Es parte del proceso —dijo con seriedad.
—Debes resistir. Ya falta poco —dijo Hades.
Ambos escucharon el galope de caballos acercándose.
—Deben ser ellos —dijo Hades—. Ve a ver y ataca si es necesario. Perséfone y yo iremos después.
—Sí, mi señor.
Artemisa salió corriendo hacia la salida.
Las llamas de las velas aumentaron su tamaño. Perséfone sintió que iba a morir. De repente, le salieron colmillos y sus iris se volvieron rojos como la sangre; dos alas negras como las de un murciélago surgieron de su espalda. Dio un último grito y las velas se apagaron, dejando todo en completa oscuridad. Perséfone cayó hacia atrás, desmayada.
—¡Perséfone!
Hades corrió hacia ella y la socorrió.
Artemisa se encontraba fuera de la mansión cuando divisó a veinte caballos en la entrada principal. Detrás de ellos, cincuenta soldados y otros doscientos dispersos alrededor de la mansión. Todos eran vampiros.
El más destacado entre los jinetes era un vampiro con una armadura dorada. Artemisa lo miró con desprecio.
—¿Por qué Zeus tuvo que enviar a uno de sus hijos en lugar de presentarse él mismo?
—Eso no es asunto tuyo. Yo, Ares, me encargaré de vengar la afrenta que Hades le hizo a mi hermana. ¿Dónde está para matarlo?
—Eso tampoco es asunto tuyo.
—Entonces morirás por él. —Tiró las riendas hacia atrás y el caballo se alzó sobre sus patas traseras—. ¡Ataquen!
Los soldados lanzaron un grito de guerra y cargaron con los jinetes hacia la mansión. Pero chocaron contra algo, ya que la barrera les impedía acercarse.
—Ingenuo Ares. ¿De verdad creíste que te lo pondría tan fácil?
—¡Ataquen la barrera con todas sus fuerzas! ¡Pronto se romperá!
Y así fue, después de unos minutos de ataque, la barrera comenzó a resquebrajarse como si fuera de vidrio.
Los zombis ya estaban preparados para el combate. La barrera se hizo añicos y Artemisa, junto con sus aliados, comenzó el ataque.
La batalla fue intensa. Muchos zombis y soldados enemigos cayeron. A pesar de ser inmortales, los zombis caían cuando les arrancaban la cabeza y los vampiros cuando sus corazones eran atravesados por las espadas. Artemisa, solo con lanzar pequeñas dagas escondidas en sus mangas, logró matar a la mayoría de los jinetes. Saltaba alto y lanzaba sus dagas con precisión. Luego, fijó su objetivo en Ares. Lanzó sus dagas, pero este las repelió sin problemas con su espada. Cambió de estrategia y sacó dos pequeñas espadas escondidas bajo su falda. Ares bajó de su caballo y comenzaron a luchar.
Ares, al ser más ágil, logró hacerle heridas superficiales a Artemisa. Ella, en cambio, apenas podía hacerle daño. Así que realizó una maniobra arriesgada. Saltó hacia adelante justo cuando Ares bajó la guardia y dirigió todas sus fuerzas hacia su yugular. Pero Ares fue más rápido y le hizo un gran corte en el abdomen. Artemisa cayó hacia atrás con un grito de dolor.
—Eso te pasa por subestimar mi poder. —Se acercó y levantó su espada con la hoja hacia abajo—. Ahora despídete de este mundo.
Levantó su espada un poco más y la bajó con todas sus fuerzas. La hoja estaba a punto de atravesar el abdomen de Artemisa cuando recibió una patada voladora en la mejilla izquierda. Ares cayó estrepitosamente. Hades era el que lo había hecho. Se agachó para ayudar a Artemisa.
—¿Estás bien?
—Mejor que nunca.
Hades sonrió.
—Esa es la Artemisa que conozco.
Ares ya se estaba levantando.
—Yo me encargaré de él. Tú encárgate de sanar. Tus heridas ya se están regenerando.
—¿Dónde está Perséfone?
Perséfone apareció desde el cielo.
—Yo me encargaré de cuidarla. Tu derrota a Ares.
—¿Perséfone? —preguntó Artemisa, confundida— ¿Eres tú?
—Y más fuerte que nunca.
Hades hizo aparecer un estoque en su mano derecha.
—Perséfone. No permitas que nadie le haga daño. No tardaré.
Ares, ya levantado y repuesto, miraba con odio a Hades mientras este se acercaba.
—Lo que hiciste fue muy bajo, especialmente viniendo de un rey —reprochó Ares.
—Un rey debe jugar sucio si la vida de sus súbditos está en juego. —Hades se detuvo y blandió su estoque dos veces—. Y eso no solo se aplica en la guerra.
Ares gruñó. Hizo unos movimientos con su espada.
—¿Qué esperas, rey? Tu general está esperando.
—La muerte es la salida más fácil para un traidor. Pero te la concederé porque fuiste leal a mí.
—Veremos quién muere primero.
En un abrir y cerrar de ojos, ambos luchaban a una velocidad increíble. Hades se movía con gracia y Ares como un animal salvaje. Sus armas chocaban con un ruido estruendoso. Hades cambió de estrategia y comenzó a hacer estoques como si fueran miles de proyectiles. Ares esquivó con cierta dificultad, pero muchos de esos ataques le hicieron pequeños cortes en su rostro. La espada de Ares se encendió al rojo vivo y una llama de fuego la rodeó. Atacó con todas sus fuerzas, pero la agilidad de Hades impidió que fuera quemado.
Hades, ya cansado de seguir luchando, hizo que sus ojos brillaran intensamente. El tiempo se detuvo. Su estoque y su cuerpo se envolvieron en una espesa sombra y con la punta de su arma, le dio fuertes estocadas por todo su cuerpo, a pesar de que llevaba una armadura. La sombra desapareció y el tiempo volvió a la normalidad.
Ares vomitó sangre y dejó caer su espada. Se desangró lentamente por todas las heridas que Hades le había hecho y cayó de bruces. Murió.
—Lo siento, viejo amigo —susurró Hades.
Uno de los jinetes, al ver que su general había muerto, ordenó la retirada. Los zombis comenzaron a perseguirlos.
—¡Dejen que escapen! —gritó Hades.
Los zombis se detuvieron al instante y Hades regresó con las chicas. Ellas también habían luchado.
—¿Por qué permitiste que escaparan con vida? —preguntó Artemisa.
—Para que aquellos que quieran desertar, lo piensen dos veces —respondió Hades—. ¿Están bien?
—Sí, mi señor. Ya me siento mejor. Si no fuera por Perséfone, yo…
—Por favor, Artemisa. Solo ayudé. Eso es todo —dijo Perséfone con una sonrisa.
—Me alegro de que la hayas cuidado —dijo Hades.
—Cuidar a la sirvienta de mi amado también es mi responsabilidad.
Ambos se miraron con ojos de enamorados. Artemisa se sintió incómoda y se sonrojó.
—Si van a besarse, que no sea delante de mí.
Hades se rio, luego Perséfone y por último, Artemisa.

© Benjamin Noir