...

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Llamarada
I

En la danza sin compás de nuestras vidas,
donde el azar teje el destino con sus hebras,
nace un amor sin agenda, sin ataduras,
un fuego que arde sin prisa, sin premura.

Somos dos almas errantes que se encuentran
en la encrucijada de un tiempo sin nombre,
dos náufragos que se aferran al mismo madero,
dos amantes que se funden en un solo ser.

Sin la necesidad de palabras vacías,
sin la farsa de promesas efímeras,
nos entregamos a la pasión sin reservas,
a la llama que nos consume por dentro.

II

Contigo, mi brújula interna se reorienta,
el mapa de mi vida se vuelve a trazar.
Encuentro mi lugar en el universo,
ese espacio donde el alma encuentra la paz.

Me devuelves los caminos que se bifurcaban,
el tiempo perdido en laberintos sin salida,
el dolor que se transforma en aprendizaje,
la alegría que brota como un manantial.

Me devuelves la voz que se había silenciado,
el cuerpo que se negaba a bailar,
el alma que se había marchitado de pena,
la vida que se reenciende en tu mirada.

Y todo esto me lo entregas, no como un regalo,
sino como una parte de ti misma que se funde con la mía.
Eres la mujer que amo, la diosa que me redime,
la musa que inspira mi canto y mi poesía.

III

No te poseo como un objeto, ni te consumo como un trofeo.
Te amo con la libertad del viento que surca el cielo,
con la intensidad del fuego que devora la leña,
con la pureza del agua que limpia la tierra.

No necesito ver tu piel desnuda para adorarte,
ni poseer tu cuerpo para sentir tu calor.
Me basta con la luz que emana de tus ojos,
con la melodía que brota de tu voz.

Soy un viajero sin retorno, un peregrino errante,
que rompe las cadenas que lo atan al pasado.
He quemado las naves, he rasgado la túnica,
porque el verdadero viaje es hacia la libertad.

IV

Y en este viaje sin fin, en esta aventura sin mapa,
te encuentro a ti, mi oasis en el desierto,
mi faro en la tormenta, mi estrella en la noche.

Eres la llama inusual que me ilumina el camino,
una llamarada hecha de agua, un fuego que no quema,
una paradoja que desafía la lógica,
un misterio que se revela en tu mirada.

En ti encuentro la calma y la tempestad,
la paz y la guerra, la luz y la oscuridad.
Eres la mujer que amo, la diosa que me transforma,
la llama que arde en mi corazón sin consumirlo.

V

Y mientras escribo estas palabras,
el fuego de nuestro amor se intensifica,
crece como una llamarada indomable,
se expande como un incendio sin control.

Un amor que desafía las normas,
que rompe las convenciones,
que se libera de las ataduras,
que se eleva hacia el cielo como un canto a lo divino.

Un amor que es llama inusual,
un fuego que no quema,
una paradoja que se vive,
un misterio que se ama.

© Roberto R. Díaz Blanco