Frígido y vacuo.
El abrigo más templado es mi soledad.
El rocío se escurre por mis pómulos,
mientras las avenidas
se afligen por mí caminar.
Ya no freno para cruzar;
la desdicha ha empezado a ser una poesía.
Intrépida con una pizca de demente;
vida decente para una infausta
insolente llena de heridas.
Me siento de más aquí...
¡Mierda de mortales!
Los síntomas sobrantes
he estrujado para poder amarte.
Los enjambres son ya
recuerdos ajados que aún
lastiman al pensarte.

¿Qué hago ahora?
¿Qué hago para volver a
reedificar lo que deterioraste?
Lo peor es que...
¡No puedo omitir amarte!
¡No quiero marcharme!
El desconsuelo que emerge de mí
lo distorsiono con mi arte.
Veo esplendor en el fango
mediocre en el cual me consumo...
Ahora me odio y en esta circunstancia dudo...
¿De qué carezco?
¿Dime si existe escasez?
O acaso...
¿Soy un ser tan inmundo?
La veracidad hoy prefiero saber
aunque perenne en el inframundo.
¡Sigo viva, pero con ilusiones yertas!
Hago injertos con amor a tu corazón,
pero el mío al final lo quiebras.

Y...

¡Qué melancolía siento!
¡Maldito lamento que nunca acaba!
¿Por qué me mientes?
¿Por qué me dañas?
¿Por qué eliges extirpar mis entrañas?
Pero...
¿Aún me extrañas?
Me he clavado las astillas de tu pasado
que te han hecho esfumar sonrisas.
¡Te salvo, pero conmigo tú te desquitas!
Estas letras serán residuos y
la agonía arrulla un alma en silencio.
¿Por fin será la mía?

Mi designio calla;
el espíritu no alivia.
Las agujas de un reloj se descompensan.
¡Sucumbo por ir a abrazarte y
que me sutures con caricias!
Decirte que al...