Un día imaginé la vida de una manera más audáz.
Donde el filtro del accionar y el decir estuviera manipulado por mí.
Imaginé una mesa redonda, mi mueca sarcástica.
Y encontraría el valor suficiente para levantarme de un tirón. Aplastar la superficie de mandera con ambas manos de león rugiente.
Les diría aquello que se vive acumulando entre medio de la garganta.
Hay mucha basura emocional atascándome el alma.
Mis labios se teñirían de un rojo brillante.
Una sonrisa satisfecha de quien ha dejado de ser mansa y se devela una fiera.
No quiero la vida que tengo entre encierros y cosas no dichas.
Entre miradas esquivas y palabras de autoayuda.
No me quiero morir postergando aquellas cosas que simplemente pasan una sola vez por la estación.
Ya me ví muchas veces llegando tarde o esperando trenes que ya no vuelven.
No sé si sea soñadora empedernida.
O que el rol impuesto asfixia.
Pero, sé que algunas palabras no dichas quieren cobrar forma de flecha certera.
Hay un impulso que insta a ser cazador y no la presa.
Imaginé que por fín las cadenas se rompían.
Que un peso aplastante se disminuía.
Las cartas sobre la mesa.
Las caretas caídas.

© Emilia R.B