...

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Sembrando Sueños
Es de noche:
Tras el herraje
de una alta ventana
y alumbrada por un candil,
hay una muchacha que teje
un delicado encaje.
Su alma, cual mariposa,
libre vuela entre pétalos de luz.

Lleva un año
de muertas ilusiones,
ningún amigo
ni amor de novio.
¿ Donde andarán
los amantes corazones?
Teje ella y va sembrando sueños:
Quiere un amor verdadero
que sea más que una ilusión
que le sea bien duradero
que le inunde el corazón.
Que sepa de lealtades
que desprecie la traición
que no se deje llevar
por la tonta tentación.

Sueña un amor libre e ideal
con un rostro y una sonrisa
que le alegre sus mañanas,
que le diga:
"tengo que amarte, amor,
tengo que amarte"

Pero, entristecida,
haciendo su labor paciente
y sin testigo, pasa la noche,
sigue sembrando sueños,
aunque la realidad le brinda
solo turbias emociones.

Por momentos,
la esperanza en su corazón fallece
y piensa en como abrir la ostra hermética
donde su alma duerme,
rociarla con el jugo de la madrugada
y viajar lejos
más allá de la vida
donde tal vez
algún dulce amor se encuentre.

Amanece:
La noche rindió sus apagadas
distancias, ya los luceros
iluminaron besos y miradas.
Se levantan los ruidos. Resplandece
el sol en la ciudad. La brisa se despierta
y entra el aire por la alta ventana.
Hay malvas rosas
adornando las montañas.

La muchacha, desvelada,
deja a un lado su tejido,
descorre las cortinas, se asoma
y mira el amanecer. También
descubre al joven que, en el portal,
pone un cajón de leche en el suelo
y la saluda con una sonrisa.
Ella le corresponde
y sigue sembrando sueños
que no serán los primeros
ni los últimos
bajo este sol y en esta tierra.

© Roberto R. Díaz Blanco