Una mañana más con esta fatiga, con este agobio, aparentemente, sostenido.
Una mañana más para pasarla por alto con el café y la galleta de cocosette. Esto despertaría la irascible clemencia para las culpas. Intensa gravitación comprime esta cocina y el respiro.
Desde ayer un espectro se ha arrinconado en las habitaciones. Se ha postrado. Reconozco su malicia. No cedo un centímetro de la deuda, por ello no sale de mi mundo.
Mi pecho hace espacio para un bloque de hielo. Todo en él, en este instante, libera depresión.
Pero es verano, verano de lluvias, y mojo con café el bizcocho.
Afuera el agua ahoga, más no elimina. Solo arrastra la basura por las calles y el estruendo desata un piano de teclas averiadas.
El perro moja su pelaje y su amo no le interesa su cola.
No dejo de mirar afuera, no me alejo de la ventana, el entorno está en operaciones. Y en la cocina
persiste la pesadez que el crujido del cocosette —al morderle—, aligera un poco.
Sin embargo, no cesa el asedio del espectro.
Ya es tarde para describir temores porque la mano treme. Nadie ocupa, en sus cabezas, temores ajenos. Evitan malestares.
Tiempo no hay para las disculpas, tampoco para reordenar el orden en la mesa.
Hecho un ojo al periódico de hoy, resuenan las hojas al corte del aire. Nada más me intereso en leer notas de masacres y robos como si fueran historietas entretenidas. La cotidianidad de la sociedad está referida con verbos terribles.
Afuera, sigue la lluvia de verano con su cielo plomizo. El espectro permanece. Y el periódico lo dejo plisado.
El café se enfría, pero el cocosette es un prodigio inesperado. El cocosette es resonancia.


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© in cranio pares sumus 💀