...

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Alas negras
Revolotea en mi habitación,
agitado y cansado de buscar,
decepcionado y abandonado;

Se queda en una esquina de
mi ropero, ese que un día
guardaba ropa de un viejo amor.

Me mira con sus profundos y
cansados ojos oscuros, parece que
quiere llorar; siento que quiero llorar.

Está muy lejos de su hogar,
perdió el amor, está solo.
Vaya par de desgraciados.

Sus plumas negras y lustrosas
se mueven con la suave brisa que
entra por mi ventana; y me sigue mirando.

Tiene enterrada en una de sus
patas una espina, tan parecida
a las que lleva clavadas mi corazón.

Su pequeño cuerpo tiembla,
ha roto en llanto; y lo miro, miro
a aquella elegante ave romperse.

Me sirvo una copa de vino,
para aligerar mi mal, para coger
fuerzas imaginarias.

La luz del día se desvanece,
la oscuridad de sus alas abraza
la habitación, y a mí también.

Pobrecillo, está sufriendo, está
muriendo en silencio; quisiera
abrazarlo, pero no quiere lástima; yo tampoco.

El amargo recuerdo de mis días
felices me invaden, me ahoga la
soledad y me destroza el eco de un adiós.

Finalmente se acerca a mí,
con su cabeza limpia mis lágrimas
y se recuesta en mi hombro;

El silencio reina, su corazón poco
a poco se duerme; la luna sale,
miro sus alas, aquí acabó su historia.

© Alina Arias