...

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El llanto
Nuestra primera palabra
fue el llanto. Ese grito
de llamado
al ausente y cálido
refugio conocido.
La inicial expresión
de la soledad del cuerpo,
expatriado ya
de su mundo visceral y
palpitante.

Y el dolor y la sangre
fue nuestro primer encuentro.
Porque nacimos
entre dolor, sangre y llanto;
cortados de tajo
por única raíz
exclusiva
de hueso y carne.

Sí, el llanto
fue nuestro primer lenguaje.
La sonrisa vino después,
quizás,
nacida entre sueños,
al recuerdo de días
anteriores al exilio,
junto al calor de un cuerpo,
o de la tibia lana,
que fingen el dulce clima
del sitio antiguo
que añoramos siempre
y al que volvemos,
fugazmente,
entre el sueño
y el orgasmo.

El llanto fue, además,
nuestra primera súplica,
el primer canto de denuncia
contra la miseria,
el abandono,
y el desamparo descubiertos.

Primero y perenne,
el llanto
ha de ser, también,
la última señal,
sin sonido, quizás,
al despedirnos.

Y así
se nos escapará
la vida: Sin avisar
y sin que sepamos
si ha sido el llanto
algo más
que una primera
y última palabra.

© Roberto R. Díaz Blanco