Si la Luna Hablara
*SI LA LUNA HABLARA*
*Escrito por Esperanza Renjifo*
Ya es de noche y aún no estoy acostada, dormir sobre una silla es tan incómodo que siempre me suele producir un dolor intenso durante la mañana y resto del día. Ya es muy noche y el silbato del guardián suelta un intermitente ruido agónico que hace mucho más pesadas las horas de espera. Estoy casi enraizada al borde de mis sueños; y he llegado a la conclusión que muchas de las repuestas que espero pueden sonar extraordinarias. Pero debo de ser sensata, pues todo pesa ante mí como aire muerto extendido sobre la acera. Mientras que el silencio y la soledad del pasillo me aprisionan. Ya la alta noche me invoca la ilustre Luna con su total crecimiento que me brisa al anhelo mientras largamente resuenan los ruidos del silencio, y yo escribo a la luna crujiente para mi mente callar.
— Ya es tarde señorita, debe de abandonar los pasillos y volver el lunes en la mañana a primera hora. Esto es una institución pública no un hotel de paso. Nadie puede tomarse la atribución de quedarse a pernoctar en los alrededores.
—Pero ya es tarde, ¡No sé a donde me podría quedar en este momento!. No conozco la ciudad. Sólo vine hasta aquí porque me dijeron que la entrevista sería presencial y no tardaban mucho en dar la respuesta de la evaluación... ¿Y ahora qué hago?
—No lo sé, señorita. Ya debo cerrar y usted no puede quedarse aquí dentro.
—Aún hay personas dentro, ¿no creo que cierre dejándolas a ellas aquí? ¿Cierto?
—Obviamente todas ellas irán saliendo conforme terminen de hacer sus labores.
—La verdad permití que me pregunten todo lo que deseaban, después de todo, antes de venir hasta aquí sabía que me harían una serie de preguntas para redondear la idea de lo que necesitaban de mi persona para este puesto. Además de lo que me dijeron, deseaban saber muchas cosas acerca de mi persona, como parte del grupo de jóvenes emprendedores de esta generación...
—Lo siento, no está en mis manos poder brindarle alguna ayuda que le permita resolver sus problemas acerca de su estadía aquí en la capital.
....
Perdí mi sangre, perdí mi infierno, cerré las puertas de mis silencios, y mientras caminaba a la salida sentía que perdía mi alma junto al mutismo de mi suerte... las paredes de un momento a otro empezaban a tornarse estrechas, y la calle... La calle cada vez más larga y yo a cada paso cada vez más prendida de la Luna. Afuera sólo me quedaba recorrer las aceras frías de un viernes por la noche con sólo unas cuantas monedas en el bolsillo y tres billetes, ya era tarde para cambiar mi pasaje de regreso para otra fecha.
Tres cuadras más adelante un extenso y tupido parque me abría los brazos a su variada vegetación y frondosos árboles. Unos pasos más adelante, sendas bancas pintaban el camino a mis cansados pies y fatigados ojos que en vano se mantuvieron despiertos en el asiento de un bus interprovincial. ¡Si tan sólo hubiere dormido algunas horas! Al menos podría estar más despierta a esta hora. Pero aquellas bancas me invitaban a quedarme sobre ellas y prometían regalarme toda la poesía que se derramaba de sus horas de vigilia y llevarme directo al cielo de la gloria. Con la Luna como fondo dominándolo todo con su sensualidad tan característica,
—Cuéntame de tus amantes, espontánea mujer. —Comentaba la Luna muy atenta hasta intentar dar con la razón del poco brillo de sus pupilas.
—Encantada, con gran placer te hablaré de ellos. Debo de confesar que tengo un sutil talento para elegirlos. Cada uno de esos malditos me han hecho suya a su manera. Podría vestirlos con mis manos vacías o desnudarlos con mis propias palabras.
—¿Y cómo es que elige a cada uno de sus amantes?
—Es muy sencillo, te explicaré; un día, sin razón aparente, uno de ellos llega a mí, robándome los segundos al tiempo. Es uno de aquellos que no conozco, que nunca he visto, y que me motiva, me atrae, hasta llegar a gustarme porque me acarician sin que sienta su tacto y hasta incluso son capaces de clavarme espinas decorando mi...
*Escrito por Esperanza Renjifo*
Ya es de noche y aún no estoy acostada, dormir sobre una silla es tan incómodo que siempre me suele producir un dolor intenso durante la mañana y resto del día. Ya es muy noche y el silbato del guardián suelta un intermitente ruido agónico que hace mucho más pesadas las horas de espera. Estoy casi enraizada al borde de mis sueños; y he llegado a la conclusión que muchas de las repuestas que espero pueden sonar extraordinarias. Pero debo de ser sensata, pues todo pesa ante mí como aire muerto extendido sobre la acera. Mientras que el silencio y la soledad del pasillo me aprisionan. Ya la alta noche me invoca la ilustre Luna con su total crecimiento que me brisa al anhelo mientras largamente resuenan los ruidos del silencio, y yo escribo a la luna crujiente para mi mente callar.
— Ya es tarde señorita, debe de abandonar los pasillos y volver el lunes en la mañana a primera hora. Esto es una institución pública no un hotel de paso. Nadie puede tomarse la atribución de quedarse a pernoctar en los alrededores.
—Pero ya es tarde, ¡No sé a donde me podría quedar en este momento!. No conozco la ciudad. Sólo vine hasta aquí porque me dijeron que la entrevista sería presencial y no tardaban mucho en dar la respuesta de la evaluación... ¿Y ahora qué hago?
—No lo sé, señorita. Ya debo cerrar y usted no puede quedarse aquí dentro.
—Aún hay personas dentro, ¿no creo que cierre dejándolas a ellas aquí? ¿Cierto?
—Obviamente todas ellas irán saliendo conforme terminen de hacer sus labores.
—La verdad permití que me pregunten todo lo que deseaban, después de todo, antes de venir hasta aquí sabía que me harían una serie de preguntas para redondear la idea de lo que necesitaban de mi persona para este puesto. Además de lo que me dijeron, deseaban saber muchas cosas acerca de mi persona, como parte del grupo de jóvenes emprendedores de esta generación...
—Lo siento, no está en mis manos poder brindarle alguna ayuda que le permita resolver sus problemas acerca de su estadía aquí en la capital.
....
Perdí mi sangre, perdí mi infierno, cerré las puertas de mis silencios, y mientras caminaba a la salida sentía que perdía mi alma junto al mutismo de mi suerte... las paredes de un momento a otro empezaban a tornarse estrechas, y la calle... La calle cada vez más larga y yo a cada paso cada vez más prendida de la Luna. Afuera sólo me quedaba recorrer las aceras frías de un viernes por la noche con sólo unas cuantas monedas en el bolsillo y tres billetes, ya era tarde para cambiar mi pasaje de regreso para otra fecha.
Tres cuadras más adelante un extenso y tupido parque me abría los brazos a su variada vegetación y frondosos árboles. Unos pasos más adelante, sendas bancas pintaban el camino a mis cansados pies y fatigados ojos que en vano se mantuvieron despiertos en el asiento de un bus interprovincial. ¡Si tan sólo hubiere dormido algunas horas! Al menos podría estar más despierta a esta hora. Pero aquellas bancas me invitaban a quedarme sobre ellas y prometían regalarme toda la poesía que se derramaba de sus horas de vigilia y llevarme directo al cielo de la gloria. Con la Luna como fondo dominándolo todo con su sensualidad tan característica,
—Cuéntame de tus amantes, espontánea mujer. —Comentaba la Luna muy atenta hasta intentar dar con la razón del poco brillo de sus pupilas.
—Encantada, con gran placer te hablaré de ellos. Debo de confesar que tengo un sutil talento para elegirlos. Cada uno de esos malditos me han hecho suya a su manera. Podría vestirlos con mis manos vacías o desnudarlos con mis propias palabras.
—¿Y cómo es que elige a cada uno de sus amantes?
—Es muy sencillo, te explicaré; un día, sin razón aparente, uno de ellos llega a mí, robándome los segundos al tiempo. Es uno de aquellos que no conozco, que nunca he visto, y que me motiva, me atrae, hasta llegar a gustarme porque me acarician sin que sienta su tacto y hasta incluso son capaces de clavarme espinas decorando mi...