El chirrido de las llantas contra el asfalto desgarró el silencio de la noche. La curva cerrada apareció de repente, como un depredador al acecho. Raúl giró el volante con desesperación, apenas logrando esquivar el autobús que avanzaba desde el carril contrario. El rugido de los motores se apagó en un instante eterno, y el mundo pareció detenerse mientras su corazón latía con una fuerza descomunal, como si tratara de recordarle que seguía vivo.

De pronto, todo se volvió claridad. Raúl vio pasar su vida ante sus ojos, como un proyector que rebobinaba décadas de recuerdos.

El rostro de su madre apareció primero, iluminado por una sonrisa cálida mientras lo abrazaba al final de un día escolar. Recordó cómo ella siempre le decía: "La vida no siempre será fácil, hijo, pero siempre valdrá la pena vivirla". Luego vino su padre, con su voz grave pero llena de amor, enseñándole a andar en bicicleta. Raúl sintió nuevamente la brisa en el rostro y el miedo al caer, seguido por la euforia de lograr el equilibrio.

Había tantas lecciones ocultas en esos momentos que solo ahora, en este instante límite, lograba comprender. Sus padres no solo le enseñaron a caminar o a pedalear, sino también a levantarse después de cada caída.

Las imágenes cambiaron...