Sangre en el armario
Axel Dupont, un niño de 15 años hijo de Bastián Lambert y Chloé Dupont se encontraba vistiéndose con su camiseta preferida de color rojo que le había tejido su querida abuela, Lué.
Una vez terminada su tarea, se lavo la cara eliminado todo rastro de las lágrimas que había echado antes ante la ausencia de sus padres y se dirigió al comedor.
Al cruzar el pasillo, se adentro a la sala esperanzado de encontrar a alguien, pero en su rostro no había rastro de felicidad , sino de decepción al ver la sala vacía. Una vez más suspiro con tristeza mientras se preparaba una tostada con mermelada de fresa. Se la habían mandado su tía Petunia desde Suiza, ella sabía que le gustaba mucho y decidido hacerle este pequeño regalo.
Se puso los mismo zapatos de siempre, unas deportivas de color negro y blanco y salió de casa
hacia la de su abuela después de cerrar con llave la puerta y asegurarse de que este bien cerrada.
-Buenos días, señora Howard – saludo a su vecina. La señora y señor Howard eran una familia ingleses que siempre lo trataron amablemente.
-Buenos días cariño, ¿A dónde vas con tanta prisa? – Pregunto cálidamente mientras le regalaba el mismo dulce de siempre.
-Muchas gracias, señora. -Le agradeció mientras se lo guardaba en el bolsillo. – Voy a casa de la
abuela Lué- dijo.
La mujer le miró con una mueca en la cara, mientras suspiraba. “Pobrecillo” pensó. – ¿Otra vez
no están tus padres en casa? Espero que recuerdes que mi casa siempre está abierta, no me agrada que estés solo en casa. Ya sabes que para mi eres como el hijo que nunca pude tener. –
Le acarició la cabeza mientras sonreía con cariño.
...
Una vez terminada su tarea, se lavo la cara eliminado todo rastro de las lágrimas que había echado antes ante la ausencia de sus padres y se dirigió al comedor.
Al cruzar el pasillo, se adentro a la sala esperanzado de encontrar a alguien, pero en su rostro no había rastro de felicidad , sino de decepción al ver la sala vacía. Una vez más suspiro con tristeza mientras se preparaba una tostada con mermelada de fresa. Se la habían mandado su tía Petunia desde Suiza, ella sabía que le gustaba mucho y decidido hacerle este pequeño regalo.
Se puso los mismo zapatos de siempre, unas deportivas de color negro y blanco y salió de casa
hacia la de su abuela después de cerrar con llave la puerta y asegurarse de que este bien cerrada.
-Buenos días, señora Howard – saludo a su vecina. La señora y señor Howard eran una familia ingleses que siempre lo trataron amablemente.
-Buenos días cariño, ¿A dónde vas con tanta prisa? – Pregunto cálidamente mientras le regalaba el mismo dulce de siempre.
-Muchas gracias, señora. -Le agradeció mientras se lo guardaba en el bolsillo. – Voy a casa de la
abuela Lué- dijo.
La mujer le miró con una mueca en la cara, mientras suspiraba. “Pobrecillo” pensó. – ¿Otra vez
no están tus padres en casa? Espero que recuerdes que mi casa siempre está abierta, no me agrada que estés solo en casa. Ya sabes que para mi eres como el hijo que nunca pude tener. –
Le acarició la cabeza mientras sonreía con cariño.
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