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BALA PERDIDA
Había una vez un pequeño pueblo llamado San Andrés. Sus calles estrechas y empedradas estaban llenas de historias y secretos. En este lugar, la vida transcurría con tranquilidad, hasta que un día todo cambió.
En la plaza central, bajo la sombra de un antiguo ceibo, se encontraba Don Elías, el anciano más sabio del pueblo. Su mirada profunda y arrugada parecía atravesar el tiempo. Don Elías tenía una historia que contaba a todos los jóvenes que se acercaban a escucharla: la leyenda de la “bala perdida”.
Según la leyenda, hace muchos años, durante una guerra civil, un soldado herido había llegado al pueblo. Su nombre era Juan, y su único deseo era encontrar a su amada, María. Pero la guerra había dejado cicatrices profundas en su corazón y en su alma. Juan vagaba por las calles, buscando señales de María, pero ella había desaparecido sin dejar rastro.
Una noche, mientras la luna brillaba en lo alto, Juan se sentó en el banco de la plaza. Sostenía una vieja fotografía de María, sus ojos llenos de tristeza. Fue entonces cuando escuchó un susurro en el viento. Una voz le dijo: “La bala perdida te llevará a ella”.
Juan no entendió el enigma, pero algo dentro de él lo impulsó a seguir el consejo. Comenzó a buscar pistas, siguiendo las señales que aparecían en sueños y en las hojas de los árboles. La gente del pueblo lo miraba con curiosidad y temor, pero él no se detuvo.
Una tarde, mientras caminaba por el bosque, encontró una bala oxidada enterrada en el suelo. La recogió y sintió una extraña conexión con ella. La llevó consigo, creyendo que era la clave para encontrar a María.
Los días se convirtieron en semanas, y Juan recorrió montañas y valles, siempre siguiendo la dirección que la bala le indicaba. Finalmente, llegó a una pequeña cabaña en lo más profundo del bosque. Allí, en la penumbra, encontró a María. Sus ojos se encontraron, y el tiempo se detuvo.
Pero la felicidad fue efímera. La bala perdida tenía un precio. Juan se dio cuenta de que su vida estaba ligada a ella. Si la bala se perdía o se alejaba demasiado, él también moriría. María lo abrazó con lágrimas en los ojos, sabiendo que su amor estaba condenado.
Así, Juan y María vivieron juntos, siempre cerca de la bala. El pueblo los veía como una pareja extraña, pero ellos no se preocupaban por los murmullos. Su amor era más fuerte que cualquier maldición.
Con el tiempo, Don Elías también se unió a su historia. Decía que la bala perdida era un recordatorio de que el amor verdadero puede superar cualquier obstáculo, incluso la muerte. Y así, la leyenda se transmitió de generación en generación.
Hoy, en San Andrés, la plaza sigue allí, y el antiguo ceibo sigue ofreciendo su sombra. Los jóvenes se sientan en el banco, escuchando la historia de la bala perdida, y algunos dicen que aún pueden sentir su presencia en el viento.
Y así, en ese pequeño pueblo, el amor y la leyenda siguen vivos, como una bala perdida que nunca se olvida.