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¿Encarcelada?
Ya no sabía ni lo que hacía. Existió una línea que separaba lo lógico de lo absurdo pero hacía mucho que su alma la había difuminado. Se sentía ridícula y (aún dentro de su estado de enajenación mental) consideró que sería un loca si se atrevía a salir de allí. Alejandose de la pequeña ventana regresó sobre sus pasos y sentó otra vez en aquel cuchitril que servía de cama, mirando fijamente las paredes destruidas, la verja herrumbrosa y las baldosas medio hundidas y rotas, soltó un suspiro de alivio y confort...
Durante un tiempo casi eterno no supo nada más de nadie, se encerró totalmente (en su propio universo), separándose del mundo exterior por mucho más que la reja oxidada: su inquebrantable decisión de no existir. Sabía lo que significaba zambullirse en una crisis de estas, donde se regodeaba en su soledad (aún en contra de nuestra naturaleza humana que nos hace seres sociales) y no lograba deshacerse de las ventosas con que se adhería a estos muros. Perdió el empleo y su vida volvió a tornarse un vertedero de emociones podridas como las aguas más inmundas de las cloacas... ¿Por qué? Porque su mente estaba tan jodidamente enferma que se cagaba del miedo que le tenía a la vida.
© yisetclavel