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Catalizador: Maldición primera.
Todavía queda espacio para cabos sueltos, sujetos que busquen las sombras en ciudades radiantes aunque nadie se los pida. Estamos acostumbrados a perseguir los problemas, por eso no me extraña que se presenten ocasiones donde un grupo de jóvenes incautos se extravíe en espectros desconocidos y abandonados de su comunidad para hallar una dosis de anormalidad. Además, una parroquia abandonada era de mis paradas obligatorias, porque lugares así son comunes por todo el país. Me sorprende haberme encontrado con un caso que se desenvolviera en el interior de La Sagrada, particularmente conocida por el controvertido asunto que años más tarde acarrearía la llegada de varias Sombras, un tipo de espectro sembrado por las caídas voluntades mundanas.

Policías ni detectives pueden encarar asuntos como estos, porque las herramientas y armas comunes no afectan de modo alguno la sencilla naturaleza, para nada compuesta, de los espectros básicos del que todo manual de catalizadores hablan en sus primeras páginas, mínimamente. Desagrado a algunos integrantes del cuerpo por mi pasado de saqueador, del cual me despegué cuando mis capacidades florecieron y salvé a una pequeña mariposa de ser consumida por un diablillo, tal como ocurre con la mayoría de personas que son capturadas por Sombras. Pero antes que ellas, está la incapacidad de quien acude a mis servicios, o sea los incapaces, torpes, ignorantes, holgazanes…

―¡Suficiente!
―Perdón, me emocioné.
―¡Devuélveme ese altavoz!

Mi nombre es Egil, catalizador de espectros novato encargado de redimir el hambre y culpa de los seres que alguna vez pisaron la unión entre dos planos de un mismo mundo. El sujeto de rostro corpulento y de bigote que me quita el altavoz rojo de las manos es el detective Simon, vestido con su elegante traje y celular en mano. Por supuesto, a él no le hace gracia el hecho de que atraviese las cintas amarillas, pise un camarógrafo, beba de mi malteada y dé la orden a todos los ineptos y civiles de evacuar la zona cuanto antes.

Muy pocos saben de nosotros, por lo general un reducido grupo de autoridades o chamanes urbanos que reniegan de las celebridades sin cabeza y los medios de comunicación cargados de polémica. Quienes lo hacen, se muestran escépticos o reacios a aceptar nuestra ayuda, más que nada por el halo esotérico y misterioso propio de los redentores, gente que de por sí no parece sonreír de buenas a primeras. No es mi caso, que constantemente peino hacia atrás mi cabello rubio, utilizo mi preciado buzo naranja, me distraigo y bromeo cuando la situación me lo permite, como todo buen bufón perdedor que busca las bebidas energéticas en rebaja cuando el afrontamiento de estos entes se torna cuesta arriba.

―Me enteré por la tele que un grupo de exploradores urbanos desapareció por aquí.
―No te pedí que vinieras.
―Ya estoy aquí, Simonson.
―¡Oficial Simon!
―Además, ya sabes que si no soy yo será otro catalizador. Y créeme: a la mayoría no le interesa rescatar supervivientes vivos o en una sola pieza.
―¿Y tú que clase de catalizador eres?
―¡Un novato!

No necesito perder mi tiempo tratando de convencerlo, así que salto por una de las vigas chamuscadas y cuelo por un marco sin cristal para acceder al interior del bello, amplio y polvoriento lugar. Los policías no se animan a ingresar aunque sea pleno día, porque siguen oyéndose voces, los objetos y puertas siguen golpeándose y la oscuridad es mayor, como si la luz no pudiera avanzar por el cristal. Para mí no supone nada raro, porque es propio de las Sombras agruparse en Mantos para capturar humanos, consumiendo sus almas y devorando su energía. Las pertenencias de los incautos chicos estaban desperdigadas por el suelo, señal de que un remolino de Sombras u otra cosa los había hecho girar por los aires, una conducta típica. Lo que dije de los chamanes era literal, no un aforismo, porque más adelante veo al posible responsable del desastre: un monje sin cabeza y de túnica roja, el cual sostiene una pesada campana con sus anormalmente largos dedos y traspasa las paredes del recinto para aparecer desde distintos ángulos.

Esto último no es algo habitual en los entes básicos, se trata de una habilidad propia de una clase superior de entidades que controlan su movimiento por el tiempo-espacio de ciertos ambientes; debo contrarrestar el dominio del campo antes de que esta pequeña biosfera espectral me supere. Resulta curioso que, siendo nosotros los que habitamos de este lado del charco, los espectros o “no redimidos” utilicen el territorio enemigo a favor. Por otro lado, solo los catalizadores podemos utilizar el suyo en beneficio propio porque podemos manipular la delgada línea que divide a los seres intangibles y su plano, a su vez parte inseparable de nuestro mundo, como caras de una misma moneda.

―"Sangre común y corriente".

Yo puedo consumir la electricidad desprendida del aletear de las hadas para desprender un pequeño campo electromagnético a mi alrededor, redimiendo las sombras que se me acercan. Además, mi pendiente de plata con forma de rayo amplifica levemente el daño de mis ataques, en su mayoría elementales a raíz de la naturaleza de los no redimidos. No obstante, manejo un poco ortodoxo estilo de lucha mundano, mezcla de distintos estilos que combino con la electricidad y atributos que los equipamientos de plata pudieran aportarme, como la resistencia, destreza o velocidad.

Las cosas comienzan a arremolinarse aquí dentro, buscando golpearme o desestabilizarme, pero aprovecho los largos asientos de madera, órgano y libros para correr hasta el monje con mi palma abierta, concentrando la electricidad para redimirlo. Sin embargo, la gran campana me lo impide. Las materializaciones de estas entidades les permite hacerse con equipamientos como el nuestro, que indefectiblemente están malditas y suponen para ellos una ayuda. Ésta campana tiene palabras en latín, señal de que fue creada en este mundo y el ente se la quedó para él, además de una maldición que le otorga una resistencia elemental mayor a pesar de estar hecha de oro.

Su fuerza sigue siendo superior, así que esquivo y busco ángulos, perdiendo de vista al manto de sombras que comienza a emerger del suelo y me obliga retroceder dando pequeños saltos. Mis guantes rojos desprenden corriente, pero no suponen un arma o defensa efectiva contra éste enemigo, más fuerte que las sombras aplastadas entre mis dedos. Soy un poco terco, por eso no dudo en quitarme uno para desatar otra Habilidad elemental, nombre que el gremio de catalizadores utiliza para designar formalmente a estos poderes. Claramente, no se comparan a los míos.

―"Aullido del relámpago".

Las sombras son redimidas por el rayo que libero desde mi palma, pero su objeto anula la mayor parte del daño. El decapitado se aproxima tambaleante, sacudiendo la gran campana hacia mi dirección, hundiéndola en el suelo y dándome tiempo para liberar una serie de pequeñas descargas en su pecho, terminando por patearlo lejos de mí. Cae al suelo, se arrastra por debajo de las sillas y reaparece en distintos lugares, como alcobas, confesionarios, estatuas y vigas, acercándose cada vez más entre las decenas de sombras que emergen del suelo. Consumí bastante energía con mi última habilidad y debo ahorrar energía si pretendo redimirlo, librar este lugar y salir de una pieza. Lamentablemente, no tengo ninguna bebida energética a mano, así que tendré que seguir aplastando y recibiendo el torbellino de sombras hasta pisar tierra nuevamente y recuperarme, siempre y cuando el monje no me impacte con las ondas sonoras de su equipo maldecido. Una de ella me libera bruscamente de sus esbirros, caigo de espaldas al suelo y el Manto se arremolina a mi alrededor, pero recobro la consciencia, giro rápidamente por el suelo y me vuelvo el cebo de los cientos de entes. Cuando el monje emerge desde el centro del gran cúmulo oscuro en el que se ha convertido la habitación, desato un poder de corrientes naranjas, más potente que los anteriores.

―"T.K.M".

“Tas Quedado Mudo” es una evolución de “Sangre común y corriente”. Ahora mi propio campo electromagnético naranja me permite disminuir la velocidad de todo enemigo u objeto que ingrese, realizar pequeñas descargas y redimir a todas estas alimañas. Una vez saco al monje de su control espacio-tiempo para introducirlo en el mío, doy un golpe en forma de garra para pulverizarlo y generar una onda expansiva que despeja el lugar. Una vez las luz vuelve, los entes se desvanecen, la campana cae delante de mí ya sin dueño y el lugar queda limpio, me dejo caer de rodillas bajo un rayo de luz.

Salgo por la puerta principal, seguido de los tres exploradores urbanos. Sus cámaras y equipos serán confiscados por las autoridades, así que le doy una palmadita a Simonson y me marcho tranquilo por donde llegué. No intercambiamos palabras, pero con su rostro apacible parecía aceptar que no todos pueden meterse en ciertos asuntos y que, al final del día, sí que necesitan de mí. Sé que no quiere verme en este estado, cosa que agradezco de verdad, pero ambos sabemos que, entre los catalizadores, somos pocos los que tomamos trabajos menores para erradicar a los poco importantes espectros de nuestro plano y rescatar a las personas. Necesitan un novato.

De vuelta en mi departamento, me encuentro a mi amiga y compañera Sheiri, pequeña influencer de fieles seguidores, en mitad de su stream. Ella es una chica de tez morena, rostro pecoso, cabello negro y enrulado, de vestimenta oscura y toques de verde que combinan con sus ojos, además de una catalizadora promedio que redime con dos preciadas porras estilizadas. Extrae su energía del viento huracanado engendrado por el aplauso de gigantes de roca, por lo que sus ráfagas guardan la fuerza de los anillos que esos dedos forjaron de un gran meteorito que millones de años atrás cayó en la Tierra. Le gustan los anillos, excepto los de compromiso. Entro por sorpresa, su celular capta mi buzo y le paso la mano por la cara, haciendo que su chat se burle y ría. Me convertí en una especie de personaje secundario, en ocasiones mencionado por una audiencia que hasta el día de hoy desconoce mi rostro.

―¡Quiero a todos en el chat votando para sacarlo de mi depa!
―¡Eso es todo por hoy!
―¡Yo soy la que decide!¡Eso es todo por hoy!
―Uff, no te das una idea del desastre que me tocó limpiar.
―Te ves mal, incluso tambaleas para alcanzar la heladera.
―No era un simple manto de sombras...
―Por lo menos, paga las latas de la semana pasada.
―Había un no redimido sin cabeza…
―“Decapitulemos” tu relato.
―Esa cosa ofreció resistencia, era bastante listo…
―Ni un pelo de tonto.
―Agradecería que dejaras de hacer chistes sobre decapitados.
―¿Perdiste la cabeza? Acabo de terminar mi stream, tengo que volver por mis porras y hablar con los catalizadores para...¿Qué traes en tu mochila?
―Este era el equipamiento de nuestro buen monje.
―Una campana maldita fabricada en este plano. Peculiar, cuanto menos.
―Sí, no pensaba hallar algo así en esta ciudad.

Hace tiempo no vemos un objeto como este, porque los equipamientos fabricados y maldecidos por humanos tampoco son cosa de todo los días. No podemos utilizarla en este estado, porque al llevar una maldición nos restaría energía, interferiría con nuestro rango de absorción y debilitaría nuestros ataques, a menos que cuentes con Habilidades elementales específicas. Sin embargo, cabe la posibilidad de que haya sido terminado de imbuir por una entidad del Segundo Plano, como le llamamos a la cara de la moneda que nuestro mundo oculta a los de este lado; un sitio donde las almas y entes despreciables llegan a causa de su propiedad y personalidad débil, generalmente. No importa qué hayas hecho en vida, sino lo corrupta que haya sido la propiedad que unifica y, a su vez, individualiza las varias personificaciones del alma, un substrato que el Segundo plano también degenera y esclaviza al vacío. Algunos lo toman como un desmerecido estancamiento que atenta contra lo más intimo de todo ente antes de salirse del mundo y otros como un simple castigo. A mí me gustaría conocer el Segundo plano, porque hasta el día de hoy no sé de nadie que haya logrado ingresar sin antes morirse y haya vuelto para contarlo.

En cualquier caso, en nuestro deber entregar este equipamiento al grupo de catalizadores para purificarlo y elegir entre quedárnoslo como trofeo, darle un buen uso o tirarlo por allí. Podríamos investigarlo, pero no tenemos demasiado espacio, personal u obligación en historificar o crear una enciclopedia de nuestros hallazgos, aunque sí que habrá un tomo circulando por allí. Pensando en esto, una amigable catalizadora llamada Miley nos llama para cerciorarse de mi estado y citarnos a una reunión en una vieja bodega de vinos convertida en sala de reuniones provisoria. Al parecer, debemos discutir algunas cuestiones en cuanto a los casos de este mes, el problema de pasar desapercibidos frente a los medios y, claro, nuestro modo de intervención.

―Creo que te van a reprender, “K-Poper”.
―Yo también lo creo. Y no me llames así, maldición…

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