El abrazo de la muerte
En el laberinto de frías losas y paredes de azulejos desgastados, donde la muerte danzaba con cada paso, trabajaba Damián, un forense joven pero curtido por la macabra cotidianidad de su oficio. Su vida transcurría en soledad, encerrado en la penumbra de la morgue, donde los cuerpos inertes eran su única compañía. Con el tiempo, había llegado a ver la muerte no como un final, sino como una compañera fiel, una sombra que susurraba en cada rincón.
Aquella noche, mientras la ciudad dormía bajo el abrigo de una neblina espesa, Damián recibió un nuevo cuerpo. Al destapar la camilla, su corazón dio un vuelco, sintiendo un frío que se filtró hasta lo más profundo de su alma. Ante él yacía una joven de belleza sobrecogedora, su rostro sereno en la muerte, con labios que parecían aún rojos y llenos de vida, y un cabello que caía en cascada sobre sus hombros como un río de oscuridad. Sus ojos, aunque cerrados, parecían mirarlo, juzgándolo, atrayéndolo hacia un abismo del que no podría escapar.
Damián quedó paralizado. Nunca antes había sentido algo así por un cuerpo sin vida. Pero aquella joven era diferente. La quietud de su rostro le habló, en un lenguaje antiguo, un lenguaje que solo los desesperados podían entender. Sin saber cómo ni por qué, comenzó a visitarla noche tras noche, dedicándole palabras suaves, versos que jamás hubiera imaginado pronunciar.
“¿Cómo es...
Aquella noche, mientras la ciudad dormía bajo el abrigo de una neblina espesa, Damián recibió un nuevo cuerpo. Al destapar la camilla, su corazón dio un vuelco, sintiendo un frío que se filtró hasta lo más profundo de su alma. Ante él yacía una joven de belleza sobrecogedora, su rostro sereno en la muerte, con labios que parecían aún rojos y llenos de vida, y un cabello que caía en cascada sobre sus hombros como un río de oscuridad. Sus ojos, aunque cerrados, parecían mirarlo, juzgándolo, atrayéndolo hacia un abismo del que no podría escapar.
Damián quedó paralizado. Nunca antes había sentido algo así por un cuerpo sin vida. Pero aquella joven era diferente. La quietud de su rostro le habló, en un lenguaje antiguo, un lenguaje que solo los desesperados podían entender. Sin saber cómo ni por qué, comenzó a visitarla noche tras noche, dedicándole palabras suaves, versos que jamás hubiera imaginado pronunciar.
“¿Cómo es...