...

5 views

Sombras del pasado
El colegio siempre me había causado una extraña inquietud, una sensación persistente de que algo oscuro y antiguo acechaba bajo su superficie. El rumor, transmitido de generación en generación entre los estudiantes, decía que antes de ser un lugar de aprendizaje, aquel edificio había sido una prisión. Algo de aquello calaba en mis huesos, como si los muros mismos conservaran un eco de ese pasado sombrío, listo para manifestarse cuando las luces se apagaban y el silencio de la noche caía sobre nosotros.

El aula de gimnasia era un lugar que evitaba durante el día, pero por las noches, cuando los demás dormían o pretendían estudiar, aquel espacio adquiría una atracción mórbida para mí y mis amigos, una pequeña hermandad de almas oscuras, unidas por el deseo de explorar lo prohibido. Sabíamos de las escaleras que allí se hallaban, cubiertas de carpetas amontonadas sin orden ni propósito aparente. Decían que más allá de ellas, aún permanecían las celdas de aquel pasado olvidado, y esa noche, impulsados por un desafío nacido de nuestra insaciable curiosidad, decidimos averiguarlo.

Era una de esas amanecidas rutinarias, noches en que el sueño se sacrificaba en el altar del estudio para enfrentar los exámenes mensuales. Sin embargo, en el fondo, sabíamos que el verdadero examen no era académico, sino espiritual, una prueba de valor y resistencia ante lo desconocido. Atravesamos el pasillo hacia el aula de gimnasia, sintiendo cómo el aire se volvía más denso, más frío, con cada paso que dábamos. Al llegar, un aura gélida nos envolvió, como si el mismo aire estuviera impregnado de la desesperación y el dolor de aquellos que habían sido confinados en ese lugar décadas atrás.

Fue entonces cuando la vimos. Emergiendo de entre las sombras, la figura de una niña, pálida y etérea, se materializó ante nosotros. Sus ojos oscuros, vacíos de toda emoción, parecían mirar más allá de nosotros, a un abismo que solo ella podía ver. Era la niña de las leyendas, la que había muerto en condiciones misteriosas y cuyo espíritu, según decían, aún vagaba por el colegio, buscando a alguien que la liberara de su tormento.

Mis amigos, llenos de un miedo súbito y paralizante, dieron media vuelta y corrieron, sus gritos ahogados en sus gargantas. Pero yo me quedé, hipnotizado por aquella figura espectral. Sentí una atracción inexplicable hacia ella, como si me llamara desde otro tiempo, desde otra realidad. La seguí, sin pensar, sin cuestionar. Atravesé las carpetas apiladas, los papeles crujieron bajo mis pies, pero mi mirada no se apartaba de la niña. Sentía que estaba a punto de descubrir algo crucial, algo que había estado buscando toda mi vida sin saberlo.

Al cruzar el umbral invisible que separaba el presente del pasado, el entorno cambió. El aula de gimnasia desapareció, y en su lugar me encontré en un corredor oscuro, bordeado por celdas. El aire estaba cargado de una humedad opresiva, y un olor rancio a metal y sangre vieja invadía mis sentidos. La niña, que me había guiado hasta allí, se desvaneció sin dejar rastro, y fue entonces cuando los vi: hombres de blanco, sus rostros pálidos e inexpresivos, ojos vacíos que no reflejaban alma alguna. Se movían con una precisión mecánica, rodeándome lentamente, como depredadores que han acorralado a su presa.

Intenté moverme, pero mis piernas no respondían. Sentí un frío intenso cuando una de las figuras extendió su mano hacia mí, su tacto gélido se posó en mi brazo, y una aguja fina perforó mi piel. Un líquido espeso comenzó a fluir en mis venas, pesado, tirando de mí hacia un abismo oscuro. Mientras me hundía en la inconsciencia, escuché sus voces, un murmullo incomprensible que se mezclaba con el eco de gritos lejanos. Decían que todo lo que había visto no era real, que mi mente había creado esta visión como un reflejo de mi locura. Pero yo sabía que no era así. Sentía la verdad en lo más profundo de mi ser, una verdad que no podían arrebatarme.

Cuando desperté, estaba en mi cama, rodeado de rostros familiares que me miraban con compasión. Intentaron convencerme de que había sido un sueño, una fantasía producto de mi cansancio y mi mente sobrecargada. Pero en mi interior, algo había cambiado. Sabía que lo que había experimentado era real, más real que cualquier cosa que hubiera vivido antes.

Ahora, cada noche, cuando cierro los ojos, regreso a aquel lugar. Veo las celdas, escucho los gritos y, en la penumbra, la figura de la niña me espera. Sé que no puedo escapar, porque el colegio, con su pasado oscuro y sus secretos enterrados, me ha reclamado. Y aunque el mundo me llama loco, no pueden entender que en mi locura he encontrado la verdad, una verdad que me consume, que me define, y que no puedo dejar atrás.