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Todos los días son viernes
Me despierto después de una noche turbulenta, pasada en excesos.
Abro los ojos porque tengo en la cara un hilo de luz casi molesto, miro la hora, ya es tarde, solo quería seguir durmiendo y tratar de solucionar la resaca, resolví extendiendo la mano, sobre la mesa de noche hay media botella de vodka, tomo un par de sorbos, me acuesto y cierro los ojos, quería conciliar el sueño, más a mi mente venían los recuerdos de la noche anterior, me levanté sin más, hice un café, quería encender un cigarrillo pero solo habían dos cajas vacías, caí en mi y me inundó una tristeza profunda, ese tipo de tristezas que son tan agudas que te dejan perplejo, inamovible y terriblemente roto. Sono el teléfono, era mi mejor amigo, llamaba a preguntar si todo iba bien, que no me veía hace meses, yo en silencio pensé en la última vez que lo había visto, respondí: todo va bien, como siempre, él me dijo si podía pasar, le conteste que estaba con gripe y era mejor vernos luego, insistió y yo solo me despedí, volvía al cuarto por la botella y empecé a llorar mientras bajaba el brebaje que sentía que me quemaba el estómago, esos tragos de bajo costo que parecen más un veneno, esos tipos de tragos, ahora eran mi consuelo.
Volvio a sonar el teléfono, ya en estado de embriaguez, conteste con ira, si embargo nadie hablaba, colgué, tal vez era de nuevo mi mejor amigo, yo no quería que siguiéramos con esa amistad, me harte de todos, ya que importaba, me llegó un mensaje, hoy de nuevo había una gran fiesta, confirme mi asistencia y quedé noqueada sobre la mesa, abrí los ojos un par de horas más tarde, quería incorporarme pero me dolía la cabeza y tenía los reflejos de una pieda así que resbala y caí, se me vino a la mente la imagen de mi miseria, yo en el piso de mi hogar, borracha, con una soledad infinita y lo única que quería hacer era tomar el abrigo y salir a la fiesta, a mi pequeño infierno...

© S.Sofía