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El poeta asesino
En las sombras de la noche, donde el silencio susurra secretos, Dustin, el poeta asesino, teje versos con hilos de muerte. Su pluma, más afilada que cualquier espada, derrama tinta roja sobre el lienzo de la vida, narrando historias de almas perdidas en la oscuridad de sus deseos.

Capítulo 1:

La luna colgaba baja, un farol pálido en el cielo nocturno, mientras Dustin caminaba por las calles empedradas de una ciudad que nunca dormía. Su mente, un torbellino de pensamientos oscuros y poesía macabra, buscaba la inspiración en los rincones más sombríos de la humanidad.

Era conocido en los círculos literarios como un maestro de las palabras, un artesano de la prosa que podía hacer llorar a los ángeles y reír a los demonios. Pero había otro lado de Dustin, uno que el mundo no conocía, un secreto envuelto en el misterio de la noche.

Cada poema que escribía era un epitafio, cada estrofa un adiós silencioso a una vida que él mismo había apagado. No por malicia, sino por una necesidad visceral de encontrar belleza en el acto final de la existencia.

Sus víctimas nunca veían venir el golpe final; solo sentían el frío beso del acero antes de ser sumergidos en un sueño eterno. Y mientras sus ojos se cerraban por última vez, Dustin susurraba versos al oído, convirtiendo su último aliento en una obra de arte.

La noche en que nuestro relato comienza, Dustin había fijado su mirada en una nueva musa, una dama de ojos tristes que cantaba en el cabaret del viejo barrio. Su voz, un lamento melancólico que hablaba de amores perdidos y sueños rotos, había encendido una chispa en el corazón oscuro del poeta.

Se acercó a ella con la excusa de un admirador, ofreciendo palabras de alabanza y promesas de inmortalidad a través de sus versos. Ella, cautivada por la perspectiva de ser eternizada en la poesía, aceptó la invitación de Dustin a caminar bajo la luz de las estrellas.

Pero mientras caminaban, el aire se llenó de una tensión palpable, un preludio de la tragedia que estaba por desplegarse. Dustin, con la gracia de un depredador y la delicadeza de un amante, guió a la dama hacia su destino final.

Y allí, bajo el manto de la noche, con la luna como testigo, Dustin transformó su último suspiro en un poema, un canto fúnebre que resonaría en la eternidad. La dama de ojos tristes se convirtió en leyenda, y Dustin, el poeta asesino, en el autor de su inmortalidad.

Con cada vida que tomaba, Dustin se adentraba más en el abismo, buscando en la muerte lo que la vida no podía darle: la verdad pura y cruda de la existencia. Y así, entre sombras y versos, el poeta asesino continuaba su danza macabra, un baile con la muerte que solo terminaría cuando la última página de su propio libro se cerrara.
©Ronald Iriarte