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ESTRADIVAQUIUS
*Estradivaquius*

*Un día inusual en la vida de Estradivaquius*



*Escrito por: Esperanza Renjifo*

Una cosa no es un amigo. Puesto que a esta no se la puede llamar cuando se va. Y este tampoco regresará por su cuenta si se lo deja partir.

Eso es lo que pensaron cierta vez algunos chicos. Y guardaron todas sus pertenencias en una mochila: llaves, celulares, billeteras... y se las entregaron a Estradivaquius para poder jugar un buen partido de fútbol sin tener que preocuparse por perderla... Cuando ya terminaron de jugar y muy contentos de haber encargado responsablemente sus pertenencias a Estradivaquius. Fueron en su búsqueda. Buscaron y buscaron a donde se suponían lo habían dejado sentado pensaban hallarlo, pero, nada de nada.

Llamaron y silbaron a Estradivaquius por todas partes. Incluso preguntaron por él, dando indicaciones sobre su tamaño y características a cuanto muchacho hombre y mujer se les cruzaba por delante... y nada.

Llamaron y silbaron por un buen rato. Después de casi tres horas. Y convencidos que podría haber regresado rumbo a casa, resignadamente, decidieron retornar a casa dándose por vencidos y convencidos que ya había regresado al haberse demorado mucho el juego.

La verdad, aquí..., "entre nos", no tengo ni idea de qué fue lo que ocurrió luego con los muchachos, amigos de Estradivaquius, al retorno. Supongo, que incluso hasta este mismo instante aún permanecen perplejos.

Volviendo a lo que les estaba contando; resulta que Estradivaquius frecuentemente estaba solo, y por lo general debido a su cicatriz en el rostro y por ser siempre el más pequeño del grupo y poco atractivo a la vista solían olvidarse frecuentemente que existía. Es más, más de una vez se habían olvidado de él hasta por casi tres días en casa, y dejado encerrado por descuido en la cochera, o lo dejaban rezagado de todo lo interesante que ocurría. Los días transcurrían casi iguales y sin sintonía... Densa vacuidad. Vacíos inhóspitos eran lo más significativo que hacía de su vida momentos frágiles en cuerpo y alma...

Ese día había un mundialito de fútbol en una loza deportiva, apenas a unas pocas cuadras cerca de casa. Razón por la que algunos compañeros de la escuela de Estradivaquius habían coincidido en la cochera. Estradivaquius se asomó y se sentó lo más tranquilo, "detalloso" y atento que fue capaz de hacer. Y ni bien abrieron la puerta de la cochera también se sumó a la alegre comitiva que escoltaba a su hermano. Pero al llegar; más allá de recibir los honores de la custodia de una mochila no sucedió nada extraordinario. Se trató de un momento prolongado de más de lo mismo... Y volvió a sentir la inercia del desamparo, y se embargó de amargura y soledad... Una vez más, no había sido tomado en cuenta.

Estradivaquius al ver que nadie siquiera le hacía un cumplido, salió caminando sin rumbo establecido. Primero caminó alrededor de la loza deportiva. Le llegó a dar cerca de diez vueltas con una mirada atenta al partido de futbol. Luego corrió por el parque, por las calles vecinas y siempre volvía una y otra vez... Pero como todo, la ola pasa, y el rumbo que todo calma se hace presente... Y sin saber cómo ni dónde empezó a correr en zigzag por donde veía perros, y muchachos, tratando de mostrarse lo más ostentosamente que podía portando los tesoros que guardaba la mochila.

Los muchachos grandes le decían: —Bueno, bueno, que te puedo decir, nunca he visto que una mochila sea un tesoro. Sin lugar a dudas estás medio loco.

Los más pequeños comentaban; —¡Muy interesante!. —Peroooo... cuando él estaba lejos, agregaban: ¡fanfarrón!

Estradivaquius era un muchaho más o menos de mediana estatura. No tenía nada en contra de los gansos. Pero los gansos tenían algo en contra de él. Cuando el jefe de los gansos lo veía estiraba mucho el pescuezo, abría grande su feo pico y emitía unos cuantos horribles insultos contra Estradivaquius. Al menos, eso es lo que él parecía creer. Entonces, todos los demás gansos abrían las alas y graznaban hacia él, por lo que decidió que era mejor observar cuculies por un largo rato. Luego pensó en los hermosos picaflores que tanto le gustaban y decidió observar un tanto más el estanque a pesar que los ganzos le graznaban. Y se dió cuenta que el podía reflejarse en el estanque y podía observarse a sí mismo como algo que no gustaba. No era exactamente un ser dotado de belleza alguna, parecía que Dios no se había acordado de él en el momento de haberle concedido la vida.

Los patos, en cambio, no tenían nada en contra de Estradivaquius, ellos se le acercaban y picoteaban alegres sumergidos en el estanque, era como si ellos fueran mucho más amigables que los gansos.

—¿Cómo la vas pasando? —le gritaron algunos ancianos al verlo tan distraído casi recostado sobre...