...

2 views

Sueños
Si alguien pudiera comprobarte que existe la vida después de la muerte, o mejor aún, después de la muerte existe una nueva oportunidad para poder vivir y reencontrarte con aquella persona que amaste con toda el alma, pensarías que es una completa locura, aunque tuvieras las pruebas frente a tus ojos. Pensarías que solo son fantasías de personas que no son capaces de dejar aún lado la nostalgia.

Para Mónica, el pensar sobre las vidas pasadas había tomado fuerza cuando tuvo aquellos sueños. Como cualquier otra persona, había tenido sueños extraños o divertidos, había tenido pesadillas, había soñado con personas que conocía, y demás cosas “normales” que genera el subconsciente, pero jamás había tenido un sueño tan vívido y que le dejara con tantas preguntas al despertar.

El primer sueño lo había tenido a los dieciocho años y recién cursaba la universidad.

Se encontraba sentada frente a un enorme y bello jardín lleno de plantas y flores. Dentro del jardín había una pequeña fuente muy elegante y un hermoso y fino diván color borgoña. Sobre el diván, estaba recostada completamente desnuda una bella joven. Su cabello estaba recortado hasta los hombros, era de un color castaño oscuro, ondulado y muy sedoso. Sus ojos eran grandes y oscuros. Su piel era blanca como la leche y su cuerpo era delgado y de apariencia delicada. La joven le sonreía sin moverse, como si estuviera posando para alguna fotografía. Sus ojos eran los únicos que se movían, dejando ver un poco de picardía en ellos.

Justo en ese momento fue cuando Mónica se percató de que había algo raro en todo aquello. No era ella misma. Se miró las manos y confirmó sus sospechas. Sus manos también eran demasiado blancas como las de la muchacha del diván, tenía unos dedos muy largos y finos, que sostenían un delgado pincel que tenía un poco de pintura en sus cerdas. Sus ojos se posaron de nuevo al frente, percatándose de un cuadro que descansaba sobre un caballete. Era un retrato a medio pintar de la joven.

De pronto entró un hombre - un tanto mayor y de apariencia de mayordomo - al jardín. Dejó sobre una mesita de madera que estaba a lado del diván, una tetera y un par de tazas de cerámica con cucharas de plata.

La joven desconocida se levantó emocionada del diván, se colocó una bata de seda rosa y se acercó a la tetera. Sirvió lo que parecía ser café, y sirvió otro poco en la segunda taza. Cuando estuvo a punto de acercarse a Mónica para ofrecerle la bebida, se despertó.

Mónica sintió una sensación muy extraña en el pecho. Una combinación de nostalgia, tristeza y alegría. Sintió algo al ver a aquella mujer, pero no sabía cómo descifrarlo. ¿La amaba? ¿Sintió amor?

Pasó el tiempo y con él, el olvido se llevó aquel sueño, hasta cinco años después.

El segundo sueño llegó en un momento muy crucial en su vida. Se sentía sola, deprimida y las cosas no estaban yendo del todo bien. Sentía que no tenía un motivo de existencia, una meta, y constantemente sentía que algo hacía falta en su vida, pero no sabía qué era, qué necesitaba.

El sueño comenzó de una manera muy poco definida, como suelen ser los sueños.

Se miró frente a un espejo de marco dorado. Gracias a su reflejo volvió a darse cuenta de que no era ella misma. Sintió un pequeño escalofrío. Observó un rostro muy bello, de facciones delicadas. Poseía unos grandes ojos color celeste, unas cejas demasiado delgadas, una boca mediana de labios delgados y definidos, y una nariz fina. Su cabello era castaño claro, ondulado y alborotado. Su piel era demasiada blanca, casi pálida si no fuera por el maquillaje que le otorgaba un poco de color. Algo que la incomodó fue su mirada melancólica y fría. Por su apariencia y su vestimenta, Mónica deducía que se trataba de una mujer de los años 1930. De pronto, detrás de ella observó a la misma joven que había posado para su pintura. Le sonreía con calidez. Supo entonces que esa mujer era importante para ella.

Después, en otro fragmento de sueño, tuvo un poco más de respuestas, como por ejemplo la profesión y la relación entre ellas. Descubrió que su "reflejo" respondía al nombre de Marion, que era una modelo y que había incursionado en la actuación, haciéndose famosa al instante por su carácter, su belleza, su mirada y sobre todo por su hermetismo. Muchos hombres la cortejaban, unos con demasiada devoción, otros como si fuera un trofeo, pero todos tenían el mismo destino, ser rechazados por la mujer que nunca sonreía. Siempre iba acompañada a todas parte de la mujer morena, quién era su asistente y quién siempre la alentaba a hacer cosas nuevas y temerarias para su carrera. Era su confidente.

El siguiente fragmento de sueño marcaría a Mónica para siempre. Un sueño fatídico que le dejaría un angustioso sentimiento en el pecho al despertar.

Se encontraba en la lujosa suite de un hotel. Su asistente - de quién aún desconocía su nombre - estaba completamente desnuda sobre la cama. Marion entonces se despojó de su bata de seda y se unió a la joven en un jugueteo de besos y caricias. Hicieron el amor. Ambas mujeres demostraron un infinito amor de las muchas formas posibles que podían hacerlo. Con palabras, con caricias, con besos, con movimientos, con tan solo mirarse a los ojos, cara a cara.

Cuando terminaron y se disponían a soñar una en compañía de la otra, un terrible hombre irrumpió en la habitación sorprendiendo a las dos mujeres. El hombre estaba colérico, con los ojos inyectados de sangre y el rostro desfigurado por la rabia. Era un hombre bastante alto y corpulento, algo mayor, como de unos cincuenta años.

Ambas mujeres saltaron de la cama aterrorizadas, tomando rápido sus batas y corriendo fuera de la habitación. Al tratarse de una suite, habían muchas puertas que conducían a una sala de estar, la cocina y otra habitación más. La joven morena corrió tan rápido como se lo permitieron sus pies, dejando a Marion atrás, quien sin saber qué hacer se escondió debajo de la cama de una de las habitaciones de la suite.

-¡Marion! ¡Marion! - gritaba aquel hombre - ¿Cómo pudiste hacerme esto? ¿Por qué? ¡Yo que te he entregado mi corazón! ¡Yo que te coloqué en los cuernos de la luna! ¡Eres una maldita ramera! ¡Una malagradecida!

Marion intentaba pensar qué hacer para deshacerse de aquel hombre. Estaba asustada sí, pero no completamente aterrada. Poco a poco ese sentimiento de miedo comenzó a desaparecer y comenzaba a enfadarse cada vez más con cada palabra de ese estupido gorila calvo.

-¡Marion! ¡Marion! Todo el mundo sabrá quién eres. La prensa lo sabrá, tus amigos, tus pretendientes, tus admiradores ¡Todos sabrán la clase de degenerada que eres! - gritaba tan fuerte que Marion lo sentía resonar en su cabeza - ¡Mira a quien encontré, a tu puta amante!

Antes de que Marion pudiera gritar el nombre de su novia, se escuchó un disparo y el sueño terminó.

Mónica nunca descubrió cómo se llamaba la otra joven, solo hasta años después.

Cuando se encontró con Leonardo aquel día en el mercado de pulgas, sintió que su corazón y una parte de su alma podían descansar en paz. Era como si por fin, después de tanto tiempo de desearlo, se encontrara con su otra mitad.

-Así que eso ocurrió - mencionó Leonardo pensativo después de escuchar el relato de aquellos sueños de los labios de su eterna amada.

Después de que le robara un beso y permanecieran en ese placer por unos minutos, Mónica se dispuso a contarle todo lo que sabía sobre aquellas mujeres de la fotografía que estaba en posesión de Leonardo. Al principio sintió vergüenza contarle, pero poco a poco tomó confianza cuando notó en Leonardo un gesto serio y no burlesco. Se encontraban sentados frente a su puesto de objetos de segunda mano, mientras la gente iba y venía de los puestos.

-Intenté por todos los medios recuperar más recuerdos - le contestó -, pero todo fue inútil. Al final, pensé que solo era una tontería y decidí olvidarlo, hasta que vi tu fotografía…

-La compré en otro mercado de pulgas - le interrumpió -, hace años atrás. Me sentí atraído extrañamente por ella y la compré sin saber muy bien por qué. Por cierto - se dirigió al hermano de Mónica, quién estaba igual de sorprendido que los jóvenes enamorados -, esto sonará extraño, pero te vi ese día cuando compré la fotografía. En Tijuana para ser exactos.

-Sí, recuerdo el mercado - contestó el hermano pensativo, pero no supo qué más decir y guardó nuevamente silencio.

-Ahora sé que aquella chica se llamaba Lorraine - mencionó Mónica volviendo a tomar la fotografía de entre los dedos de Leonardo -. Es curioso, antes me llamaba Marion y ahora me llamó Mónica. Antes te llamabas Lorraine y ahora te llamas Leonardo…

-No es curioso el asunto de los nombres - Leonardo le tomó de la mano -. Lo curioso es que después de tanto tiempo, si es que se le puede decir así, nos volvimos a encontrar, nos reconocimos de inmediato siendo otras personas.

-Somos otras personas, pero nuestros corazones siguen siendo los mismos - le sonrió.

La tarde cayó y con ella llegó el atardecer.

Mónica miró a los ojos de Leonardo y no pudo evitar sentir una arrolladora emoción. Sí, todo estaba completo, todo por fin estaba en su justo lugar.


© LaGarbot