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Las marcas
Había una mujer triste y solitaria que transitaba por las noches en las silenciosas calles de Valparaíso. Su vestido rojo y sin mangas le tapaban su pálido y huesudo cuerpo. Era una joven de aproximadamente veinte años. Todas las noches salía de su casa hacia el barrio rojo que le quedaba a cinco cuadras; apenas cuando despuntaba el alba regresaba.

Una noche cualquiera me la topé.

—Hola, Laura. ¿Cómo estás?
Ella miró hacia abajo. Sabía que esa pregunta era innecesaria.
—Oye. No tienes que hacer esto —le dije amablemente.
Puso una mano en su hombro y apretó los labios.
—¿Por qué no me dejas ayudarte?
En eso aparece un hombre de sesenta años aproximadamente. Estaba tan borracho que apenas podía caminar correctamente. En una mano llevaba una botella de vino casi vacía.
—Hola, hermosa —balbuceó. Con su otra mano la abrazó por el cuello—. Te estaba buscando. Ya vámonos.
Ambos continuaron su camino. Y al verle la espalda a Laura, vi que tenía llevaba unas marcas. No solamente eran unas marcas físicas, sino que también en su alma y corazón.
© samæderja