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" La Sombra de la Montaña"
La brisa gélida que soplaba desde los picos nevados de los Alpes se colaba por las grietas de la cabaña de madera, susurrando historias de fantasmas y leyendas perdidas. En su interior, Christoph, un hombre taciturno con la mirada cansada, se sentaba frente a su esposa, Ursula. La llama de la chimenea danzaba con un inquietante destello sobre sus rostros. El silencio entre ellos era denso, interrumpido solo por el crepitar del fuego.

Ursula, con los dedos finos y ágiles, barajaba una baraja de cartas antiguas, sus ojos, de un azul intenso, se clavaron en los de Christoph mientras los cartas se esparcían sobre la mesa. "La Luna de Sangre nos susurra un secreto, Christoph", murmuró, la voz casi sin sonido. "Un secreto que se esconde en las profundidades de la montaña".

Christoph soltó un suspiro, su mirada se perdió en las sombras de la cabaña. Desde que se habían mudado a la montaña, algo había cambiado en él, un vago temor se había apoderado de su alma. "Ursula", comenzó, su voz era un murmullo apenas audible, "no debemos buscar lo que no debemos encontrar".

"El secreto nos llama, Christoph", insistió Ursula, su voz se hacía más fuerte con cada palabra. "Y los espíritus de la montaña nos guían". Sus dedos revoloteaban sobre las cartas, buscando una respuesta.

En ese momento, una ráfaga de viento golpeó la cabaña, las ventanas temblaron y un murmullo profundo pareció surgir de la montaña. Christoph sintió un escalofrío recorrer su espalda, como si la propia cabaña estuviera advirtiéndoles de algo. "Esto no es un juego, Ursula", dijo, tratando de infundir algo de razón en la atmósfera cargada.

Pero Ursula ya había tomado una decisión. Con determinación, recogió las cartas esparcidas y comenzó a trazar un círculo en el suelo con sal. "Vamos a invocar a los espíritus. Debemos saber qué se oculta en la montaña", afirmó, su voz firme como el acero.

La luna llena brillaba intensamente afuera, y mientras Ursula murmuraba palabras antiguas, Christoph se sintió atrapado entre el deseo de protegerla y su curiosidad por el misterio que los rodeaba. La chimenea chisporroteaba como si estuviera viva, y en ese momento, una sombra oscura se deslizó por la pared. Christoph se giró bruscamente, pero no había nada.

Ursula continuó su ritual, y de repente, las llamas comenzaron a cambiar de color, tornándose en azul profundo. Una figura difusa emergió del fuego: un hombre alto con una expresión sombría. "He estado esperando", dijo con una voz que resonaba como eco en la cueva de una montaña.

"¿Quién eres?" preguntó Christoph, su voz temblando.

"Soy el guardián de los secretos de esta montaña", respondió el espectro. "He visto la avaricia y la desesperación de aquellos que han buscado poder aquí. ¿Por qué deberían ser diferentes ustedes?"

Ursula, sin apartar la vista del espíritu, respondió: "Venimos en busca de la verdad. No deseamos poder, solo entendimiento".

"Entonces deben enfrentar su mayor miedo", dijo el espectro antes de desvanecerse en el aire.

Christoph sintió cómo sus miedos más profundos comenzaban a manifestarse: imágenes del pasado lo asaltaron. Recordó momentos oscuros de su vida, decisiones que lo habían llevado a este lugar. La culpa lo envolvía como una niebla espesa.

Ursula lo miró con preocupación. "Christoph, ¿qué ves?"

"Mis errores... mis decisiones", él respondió con voz quebrada.

En ese instante, la cabaña comenzó a temblar y el suelo bajo ellos se abrió en una grieta profunda que revelaba un túnel oscuro que descendía hacia las entrañas de la montaña. El eco del viento parecía susurrarles: "Desciendan si buscan respuestas".

Sin pensarlo dos veces, Ursula tomó la mano de Christoph y juntos se adentraron en la oscuridad del túnel. Las paredes estaban cubiertas de inscripciones antiguas que contaban historias sobre quienes habían llegado antes que ellos; historias de ambición desmedida y almas perdidas.

Al final del túnel encontraron un altar rodeado por una luz tenue. En él había un objeto brillante: un cristal que parecía tener vida propia. "Este es el corazón de la montaña", susurró Ursula, fascinada por su belleza.

Pero al tocarlo, Christoph sintió cómo su pasado regresaba con furia; cada error cometido se proyectaba ante ellos como sombras danzantes. "Debemos dejarlo ir", dijo él con urgencia. "No podemos cargar con esto".

Ursula asintió y juntos comenzaron a alejarse del cristal cuando una risa sibilante resonó a su alrededor. Era el guardián nuevamente. "Han superado su miedo más grande: enfrentar su pasado", dijo con admiración. "Ahora pueden elegir: llevarse el secreto o dejarlo aquí para siempre".

Después de un momento de reflexión profunda, Christoph miró a Ursula y dijo: "Debemos dejarlo". Con un gesto decidido, ambos se alejaron del altar y volvieron al túnel.

Al salir nuevamente a la cabaña, la atmósfera había cambiado; ya no había sombras amenazantes ni susurros inquietantes. El viento suave acarició sus rostros mientras miraban hacia las montañas iluminadas por la luna.

"Lo hemos hecho", dijo Ursula sonriendo aliviada.

"Sí", respondió Christoph con una mirada renovada, sintiendo que habían encontrado no solo respuestas sino también paz interior.

Y así, dejaron atrás La Sombra de la Montaña, llevando consigo solo lo esencial: el amor y la comprensión mutua que habían forjado al enfrentarse juntos a sus propios fantasmas.

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