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La sonrisa más parecida al amor
Las hojas que llevaba en mis bolsillos, mientras caminaba, rodeado de tranquilidad, y mientras pensaba en cierta chica con la sonrisa más parecida al amor que jamás había visto, tenían unas letras con la consistencia y puede que el peso de una pregunta hecha, por la noche, y de repente, a las estrellas, unas letras que, no obstante, no sabía decir con precisión si eran mías. Analicemos con más detenimiento lo que trato de explicar, sucede que generalmente suelo decir que mis letras son el escondite de mis sueños, que son, más exactamente, como una mirada de la que uno se enamora, es decir, un lugar libre y mágico para el no retorno. Pero el verdadero quid de este asunto, y que me hacía dudar de si aquellas letras que llevaba en mis bolsillos eran mías o no, es que cierta noche, de paisaje lunar, y lívidos susurros, mientras dormía, soñé una historia en la que yo caminaba por las calles de mi barrio, en la ciudad de Bogotá, rodeado de tranquilidad y mientras pensaba en cierta chica con la sonrisa más parecida al amor que jamás había visto. Y da la casualidad que en los bolsillos de mi pantalón llevaba unas hojas en las que se contaba aquella historia que precisamente estaba soñando. Consideremos ahora que cuando uno sueña con las características de una persona, es porque dicha persona ha influido con su personalidad en el inconsciente de uno, o por lo menos en el amplio universo de significados que uno lleva dentro. Por eso, mientras caminaba, ya en el mundo real, y acompañado por una procelosa brisa, llena de sentir, y que iba conmigo, curiosa y expectante, y disfrutando, junto a mí, de la tranquilidad del lugar, no sabía decir si aquellas letras y aquella historia eran totalmente mías. Las había soñado, influido, muy probablemente, por un corazón silvestre y cautivo, por una mirada que reinventaba la tranquilidad con la que el tiempo nos observa, y una sonrisa que, evidentemente, deseaba colocarse en lo más profundo de mis sueños.
(Miguel Ángel Guerrero, Bogotá).