LA VECINA DEL PISO 6
*LA VECINA DEL PISO 6*
*Escrito por: Esperanza Renjifo*
Es un día de verano, la noche y el calor abraza hasta apretar la ausencia del astro rey, Carmelo coge el ascensor para volver a su casa después de correr un poco, y darse una ducha, para terminar mejor su ajetreado día, que casi culmina en un disgusto acalorado por una discusión de clientes con el jefe en la oficina. Con sus veinticinco años está a poco de subir de puesto, se le ha empapado y subrayado superlativamente el orgullo, más que el sudor que recorre sus morenos muslos, a pesar de vestir una delgada camisa y unos pantaloncillos cortos.
Un piso más tarde se abren las puertas del ascensor. Ingresa Micaela, la vecina del piso 6to. Palpito y sorpresa lo emocionan y arrebatan. Él sabe cómo se llama desde hace algún tiempo porque ha mirado su nombre en el buzón de la correspondencia, un día que ella distraída recogía sus recibos. Se trata de una mujer algo atractiva. Se puede decir que es una cuarentona muy, muy delgada, de ojos saltones, marcadas ojeras, cabellera medianamente larga y azabache. Carmelo sabe que ella es medio borde porque la ha escuchado hablar más de alguna vez desde su ventana con un precioso acento español que le fascina, por ello sabe que es bailarina. Que ha tenido algunos ligues con los que alguna vez a discutido. Ha sido testigo silencioso de una agresividad que lo enciende mucho. La imagina sin cordura, desatada y desnuda.
Alguna vez desde el vano de su ventana, con solo oír su voz, al hablar por el móvil, se le ha puesto dura. Y más hoy que la ve con un collar de cerrojo que le permite ver su piel morena, brotar desde el escote con una cadena que baja hacia la gloria. Le parece muy radical, y bastante auténtica. Por ella siente un coctel de sensaciones, partiendo que le encanta su piel ligeramente morena, casi de porcelana. Y precisamente hoy, que la tiene a pocos centímetros con unos pantaloncitos vaqueros entallados que se le ciñen a su pequeño trasero estrujándolo como él lo desea. Además, viste una camisa a cuadros azul con varios botones abiertos que le permiten un espectáculo, desde su escote que lo excita. Con sólo ver la redondez de sus pequeños y perfectos pechos asomar... de pronto... el cansancio se le ha desaparecido.
Carmelo se acerca a propósito, del modo más casual que se le ocurre para tocar el botón del tablero del elevador y pulsar el botón del 5º por segunda vez, sin perder oportunidad de contacto. Al hacerlo, no puede evitar ver el precioso pecho de la vecina de entre los botones de la camisa. Ni de recrear su trasero redondo, pero ese aroma que tiene se le hace irresistible. Abre mucho los ojos y lanza un suspiro sordo, retrocede un poco, pero sigue mirando el paraíso que le ofrece su escote, ella no es especialmente guapa, pero desde que la vio por primera vez siempre le ha excitado todo de ella. Se le ha metido hasta la médula. Y sin que ella se haya dado cuenta, desde hace varios meses que le tiene entusiasmado todo de ella. Le encanta su cuerpo, sus facciones. Todo de ella le parece fascinante al punto de no notar que es más grande que él en edad.
Micaela sin reparar en su vecino, se pasa una mano abanicando su pelo y suspira agobiada por el calor y en la acción se le desabrocha sin darse cuenta otro botón de su camisa, Carmelo que no ha perdido segundo alguno del espectáculo se acaba de dar cuenta que ella no lleva sujetador y por un instante deja notar sus pequeños pechos sudados. Carmelo a estas alturas tiene su dedo casi derretido en el botón del tablero del ascensor. Sobre todo, cuando imagina un pezón suyo asomándose para él. Se relame y muerde el labio inferior. Es inevitable ocultarlo: el deseo lo ha poseído.
Poco a poco nota como su miembro comienza a ponerse inquieto. Al notarlo, retrocede un poco y se tapa la entrepierna con ambas manos, nota como su pene palpita y comienza a recorrer sus pantalones cortos y se pone nervioso, más cuando nota como se inclina hacia un costado y comienza a salir por un lado junto a su muslo. Cierra los ojos, respira hondo y nota lo dura que se la ha puesto, abre un poco los ojos y vuelve a mirar con angustia el pecho de la mujer, baja la mirada y ve la punta de su miembro casi al borde de sus pantaloncillos, a punto de sobresalir de ellos y delatar su presencia, deseando haberse puesto unos bermudas más largos. Esa mirada prohibida de su pecho se intensifica, solo piensa en su pezón perfecto, en arrancar esa preciosa camisa a cuadros. Baja más la mirada y mira cómo sus pantaloncitos vaqueros se meten en la raja del trasero de su vecina, y no puede evitar notar como su miembro palpita sin control.
Micaela sigue mirando al frente, sudada y agobiada por el calor. Sin reparar que no está sola en el ascensor se mete una mano bajo su camisa y se limpia el sudor de sus pequeñas tetas. Carmelo ve como la mano de la mujer recorre por completo uno de sus pequeños pechos bajo su blusa, secándose el sudor con una toalla de papel. Carmelo casi cree que se va a correr allí mismo. Puede sentir que una gota de líquido preseminal asoma lentamente a su glande deseando salir de allí en el momento.
Disculpe vecina el calor me derrite. ¿Tiene problema si vamos directo al piso? -Carmelo sabe el truco sobre dejar oprimido el botón de cierre para que el ascensor no haga parada. Micaela lo toma como un acercamiento. Y responde a secas.
-Yo soporto, pero no tengo problema.
Esa voz le irriga hasta las entrañas y el cerebro le da un disparo de adrenalina, más sudor, más deseo.
De repente Micaela nota un olor familiar, un olor acido, olor a... se gira un poco y recién mira al joven del costado observando distraídamente hacia al frente, sin mirarla y con las manos cruzadas delante de su entrepierna. Y con asombro observa como un enorme bulto termina en el borde del pantaloncito del chico, afina más la mirada y puede distinguir asomando su glande con una pequeña gotita suspendida saliendo.
Micaela abre la boca de asombro, frunce el ceño y lanza un manotazo contra el joven, golpea sus manos cruzadas y las aparta de un golpe seco de su entrepierna.
-¡Pero qué carajo haces! ¿te tocas? -grita Micaela, viendo la silueta del miembro del joven a través de los delgados pantaloncitos, y distingue cómo asoma su glande brillando desde el borde del pantaloncito deportivo, el joven rápidamente se vuelve a tapar.
-¡Yo, yo, no, no, lo siento! -gime avergonzado Carmelo.
Micaela abre los ojos al notar la silueta que se impone bajo esos pantalones.
-¡Tú puta madre, que tienes ahí! -grita la mujer que vuelve a golpear las manos del joven.
Carmelo esta vez se resiste y no aparta las manos, los golpes de su vecina le excitan más.
-¡Que te quites esas manos ostias puta! -grita Micaela.
El tono agresivo que ingresa a sus oídos vuelve loco a Carmelo. El ascensor llega al 5º piso pero Micaela se interpone entre Carmelo y la salida, se abalanza sobre el joven, le agarra las manos y las aparta con fuerza, mira el enorme miembro que se marca en el pantalón y rápidamente agarra los pantalones cortos del joven y se los baja de golpe, incrédula de lo que delata ante ella esa silueta. Ante, la mujer aparece...
*Escrito por: Esperanza Renjifo*
Es un día de verano, la noche y el calor abraza hasta apretar la ausencia del astro rey, Carmelo coge el ascensor para volver a su casa después de correr un poco, y darse una ducha, para terminar mejor su ajetreado día, que casi culmina en un disgusto acalorado por una discusión de clientes con el jefe en la oficina. Con sus veinticinco años está a poco de subir de puesto, se le ha empapado y subrayado superlativamente el orgullo, más que el sudor que recorre sus morenos muslos, a pesar de vestir una delgada camisa y unos pantaloncillos cortos.
Un piso más tarde se abren las puertas del ascensor. Ingresa Micaela, la vecina del piso 6to. Palpito y sorpresa lo emocionan y arrebatan. Él sabe cómo se llama desde hace algún tiempo porque ha mirado su nombre en el buzón de la correspondencia, un día que ella distraída recogía sus recibos. Se trata de una mujer algo atractiva. Se puede decir que es una cuarentona muy, muy delgada, de ojos saltones, marcadas ojeras, cabellera medianamente larga y azabache. Carmelo sabe que ella es medio borde porque la ha escuchado hablar más de alguna vez desde su ventana con un precioso acento español que le fascina, por ello sabe que es bailarina. Que ha tenido algunos ligues con los que alguna vez a discutido. Ha sido testigo silencioso de una agresividad que lo enciende mucho. La imagina sin cordura, desatada y desnuda.
Alguna vez desde el vano de su ventana, con solo oír su voz, al hablar por el móvil, se le ha puesto dura. Y más hoy que la ve con un collar de cerrojo que le permite ver su piel morena, brotar desde el escote con una cadena que baja hacia la gloria. Le parece muy radical, y bastante auténtica. Por ella siente un coctel de sensaciones, partiendo que le encanta su piel ligeramente morena, casi de porcelana. Y precisamente hoy, que la tiene a pocos centímetros con unos pantaloncitos vaqueros entallados que se le ciñen a su pequeño trasero estrujándolo como él lo desea. Además, viste una camisa a cuadros azul con varios botones abiertos que le permiten un espectáculo, desde su escote que lo excita. Con sólo ver la redondez de sus pequeños y perfectos pechos asomar... de pronto... el cansancio se le ha desaparecido.
Carmelo se acerca a propósito, del modo más casual que se le ocurre para tocar el botón del tablero del elevador y pulsar el botón del 5º por segunda vez, sin perder oportunidad de contacto. Al hacerlo, no puede evitar ver el precioso pecho de la vecina de entre los botones de la camisa. Ni de recrear su trasero redondo, pero ese aroma que tiene se le hace irresistible. Abre mucho los ojos y lanza un suspiro sordo, retrocede un poco, pero sigue mirando el paraíso que le ofrece su escote, ella no es especialmente guapa, pero desde que la vio por primera vez siempre le ha excitado todo de ella. Se le ha metido hasta la médula. Y sin que ella se haya dado cuenta, desde hace varios meses que le tiene entusiasmado todo de ella. Le encanta su cuerpo, sus facciones. Todo de ella le parece fascinante al punto de no notar que es más grande que él en edad.
Micaela sin reparar en su vecino, se pasa una mano abanicando su pelo y suspira agobiada por el calor y en la acción se le desabrocha sin darse cuenta otro botón de su camisa, Carmelo que no ha perdido segundo alguno del espectáculo se acaba de dar cuenta que ella no lleva sujetador y por un instante deja notar sus pequeños pechos sudados. Carmelo a estas alturas tiene su dedo casi derretido en el botón del tablero del ascensor. Sobre todo, cuando imagina un pezón suyo asomándose para él. Se relame y muerde el labio inferior. Es inevitable ocultarlo: el deseo lo ha poseído.
Poco a poco nota como su miembro comienza a ponerse inquieto. Al notarlo, retrocede un poco y se tapa la entrepierna con ambas manos, nota como su pene palpita y comienza a recorrer sus pantalones cortos y se pone nervioso, más cuando nota como se inclina hacia un costado y comienza a salir por un lado junto a su muslo. Cierra los ojos, respira hondo y nota lo dura que se la ha puesto, abre un poco los ojos y vuelve a mirar con angustia el pecho de la mujer, baja la mirada y ve la punta de su miembro casi al borde de sus pantaloncillos, a punto de sobresalir de ellos y delatar su presencia, deseando haberse puesto unos bermudas más largos. Esa mirada prohibida de su pecho se intensifica, solo piensa en su pezón perfecto, en arrancar esa preciosa camisa a cuadros. Baja más la mirada y mira cómo sus pantaloncitos vaqueros se meten en la raja del trasero de su vecina, y no puede evitar notar como su miembro palpita sin control.
Micaela sigue mirando al frente, sudada y agobiada por el calor. Sin reparar que no está sola en el ascensor se mete una mano bajo su camisa y se limpia el sudor de sus pequeñas tetas. Carmelo ve como la mano de la mujer recorre por completo uno de sus pequeños pechos bajo su blusa, secándose el sudor con una toalla de papel. Carmelo casi cree que se va a correr allí mismo. Puede sentir que una gota de líquido preseminal asoma lentamente a su glande deseando salir de allí en el momento.
Disculpe vecina el calor me derrite. ¿Tiene problema si vamos directo al piso? -Carmelo sabe el truco sobre dejar oprimido el botón de cierre para que el ascensor no haga parada. Micaela lo toma como un acercamiento. Y responde a secas.
-Yo soporto, pero no tengo problema.
Esa voz le irriga hasta las entrañas y el cerebro le da un disparo de adrenalina, más sudor, más deseo.
De repente Micaela nota un olor familiar, un olor acido, olor a... se gira un poco y recién mira al joven del costado observando distraídamente hacia al frente, sin mirarla y con las manos cruzadas delante de su entrepierna. Y con asombro observa como un enorme bulto termina en el borde del pantaloncito del chico, afina más la mirada y puede distinguir asomando su glande con una pequeña gotita suspendida saliendo.
Micaela abre la boca de asombro, frunce el ceño y lanza un manotazo contra el joven, golpea sus manos cruzadas y las aparta de un golpe seco de su entrepierna.
-¡Pero qué carajo haces! ¿te tocas? -grita Micaela, viendo la silueta del miembro del joven a través de los delgados pantaloncitos, y distingue cómo asoma su glande brillando desde el borde del pantaloncito deportivo, el joven rápidamente se vuelve a tapar.
-¡Yo, yo, no, no, lo siento! -gime avergonzado Carmelo.
Micaela abre los ojos al notar la silueta que se impone bajo esos pantalones.
-¡Tú puta madre, que tienes ahí! -grita la mujer que vuelve a golpear las manos del joven.
Carmelo esta vez se resiste y no aparta las manos, los golpes de su vecina le excitan más.
-¡Que te quites esas manos ostias puta! -grita Micaela.
El tono agresivo que ingresa a sus oídos vuelve loco a Carmelo. El ascensor llega al 5º piso pero Micaela se interpone entre Carmelo y la salida, se abalanza sobre el joven, le agarra las manos y las aparta con fuerza, mira el enorme miembro que se marca en el pantalón y rápidamente agarra los pantalones cortos del joven y se los baja de golpe, incrédula de lo que delata ante ella esa silueta. Ante, la mujer aparece...