Entre sombras de un amor no recíproco, Él deambulaba en la penumbra de su existencia. Las noches, abrazadas por susurros solitarios, pintaban una melancolía que impregnaba cada fibra de su ser. En la desesperanza, se asomó al abismo del adiós.

En lágrimas que reflejaban estrellas extintas, se aproximó al borde del olvido. El dolor en su pecho resonaba como un poema trágico, pero en ese abismo, descubrió la valentía para reescribir su destino.

No buscó la serenidad en la renuncia, sino en las palabras que danzaban en su mente como luciérnagas de esperanza. Comenzó a componer versos, cada palabra una hebra que hilvanaba las heridas de su corazón maltrecho. Descubrió en la poesía un refugio donde las lágrimas se volvían tinta y los suspiros, melodías.

Cada poema era un renacimiento, un acto de amor hacia sí mismo. Mientras las estrofas fluían, sanaba. Sus letras, como alas, lo alzaron por encima de la tristeza, llevándolo a un lugar donde la redención se entretejía con versos luminosos.

En el crepúsculo de su desespero, encontró la aurora de su fortaleza. El amor no correspondido fue la melancólica melodía que inspiró su propia sinfonía de resurgimiento. En la poesía, halló un amor completo, uno que brotaba desde lo más profundo de su ser.
© M