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Correrío
Un azul serrano iluminaba las formas de un niño, un pequeño sentado en la pollera de una anciana, mama Evarista. Ambos comían un crudo tomate entre caricias y pensamientos a voz alta. el niño guarecía una pena enorme al pensar en su madre, su abuelita solo podía abrazarlo y decirle "ya vendrá pronto". El pequeño recordaba cómo veía con ojos apagados los juguetes de sus amigos, los veía siendo recogidos por sus madres en las puertas de los jardines, veía las gallinas corriendo con sus polluelos...

Una tarde, sus ojotas desgastadas golpeaban el empedrado suelo en un correrío travieso, hasta que detenían su andar ante una severa puerta de madera de cedro centenario. El pequeño se hacía sitio con sus escasas fuerzas por entre las hojas de esa pesada mole, agudizó la mirada y en la escasa profundidad de esas paredes vio una bella silueta.

- ¡Hola mi niño, mira lo que te traje! – Decía con una dulce voz que emulaba el ruido de los riachuelos de febrero que surcan los escabrosos relieves de los pueblitos perdidos del país.

El pequeño al verla encendió sus ojos e ingresaba a brincos por unos diminutos andenes hacia el patio de ese su hogar. Al llegar a los pies de ese ángel, ella se agachó y abrazó con un sollozo a su pequeño, le acarició los cabellos, no se habían visto hacía ya 5 meses por el trabajo de ella.

El pequeño vio con una pía alegría un diminuto juguete tras ella. Ambos se vieron y sonrieron, ella en una sonrisa genuina se lo ofreció al pequeño y elevó su mirada para ver a su madre apoyada en una pared, solo sonreía, feliz por su nieto e invitaba a su hija a una rústica casa de adobe. El pequeño presionaba las teclas de ese juguete que emitía sonidos de animales, sus amiguitos se reunirían alrededor de él y lo verían sacar sonidos de vacas y corderos, caballos y gallinas, búhos y asnos. El pequeño divagaba en sueños que lo hacían reír mucho hasta que oyó la voz de su madre.

Se sentaron en un banco que tenía cálidos pellejos de oveja, el ambiente era algo oscuro ya por la agonía de la tarde, se encendía una vela para dar algo de luces a ese juego de sombras. Recibió una deliciosa sopa de morón y charqui en un mate de calabaza, una artesanía de su abuelo, una artesanal cuchara de madera de roble y un aromático vapor de sopa en el ambiente. Se oyeron campanadas prolongadas fuera, era las "buenas noches" del pueblo. Se oían rumores tras las paredes, en las calles todos apresuraban el paso. El pequeño terminando preguntó a su madre sobre las maravillas de la urbe, sobre esas cajas que emitían imágenes a blanco y negro de tipos graciosos... y una ingenua pregunta cruzó la atmósfera.

- ¿Y mi papá?

La madre apartó la mirada tristemente y suspiró hondo, un silencio incomprensible para el pequeño dominó el aire.

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