Variedad y Causa
Hoy pienso, como todas las veces.
Y derivado de ello, una vez más escribo para reafirmar lo que mi mente guarda.
Una gran cantidad de emociones que me embarga.
Y todas danzan alrededor de ti.
Es un baile planetario del que estos sentimientos son el centro en esta composición.
Aún sabiendo que existes en mi mente y en mi corazón.
Y el haberte tenido en mis pensamientos, además de tenerte en mis sueños.
Desconozco el color de tus ojos.
Aquellos que una vez, de tantas, me miraron.
Esos que alguna vez fueron mi guía en caminos de penumbra.
Sólo el color de tus ojos, me dirán cómo estar toda la vida.
De eventos buenos ¡Y malos! ¿Por qué no?
Por eso trato de recordar el color de ellos.
A veces pienso que son azules, tanto como el de las olas agigantadas que ondean los mares de todo el mundo y que un náufrago como yo, estaría dispuesto a surcar.
Pero la sensación de ahogo viene a mí y es difícil contenerla.
Me detengo a pensar ¿Y si son verdes?.
Entonces todo alrededor se torna boscoso, siento la pureza del aire que apacigua mis pulmones. Tan convenientemente para poder suspirarte con toda confianza.
Pero es inevitable sentirme acorralado por la maleza, esa misma que enreda mis extremidades, donde me siento sometido. Es donde no puedo avanzar ni con mis brazos implorar.
Las lianas se lanzan a mí sin contemplación, torturan mi ser y quebrantan lo bueno en mí, y a la final, pendiendo de una de ellas con mi cuello, antes de perder la conciencia pienso ¡Pero pueden ser cafés o castaños!
Repentinamente el panorama cambia.
Esta vez es una sensación diferente.
No siento dolor, ni angustia.
Ni tormento, ni persecución.
Todo diferente, a excepción de una amargura que se desliza sobre mi garganta. Es placentero, calma mucho dentro mí, sin embargo, no resisto a impulsos de energía, cambia la percepción de lo que me rodea, altera mis ánimos, desordenada mi conciencia y mi comportamiento. Desisto de saborear mi paladar. Mis latidos se aceleran y no tengo la tranquilidad de hace líneas atrás.
Recorre en mí un insomnio desasosegante.
Un nerviosismo que hace vibrar al más pequeño hueso que sostiene mi débil cuerpo.
Decidí no seguir hallando el color de tus ojos.
No quería sufrir con los eventos que los relacionan.
Por eso, sin pensarlo, me lancé al vacío.
Para caer en ellos por toda la eternidad.
Al abismo indoloro de tus ojos negros.
© Luismar Soto
Y derivado de ello, una vez más escribo para reafirmar lo que mi mente guarda.
Una gran cantidad de emociones que me embarga.
Y todas danzan alrededor de ti.
Es un baile planetario del que estos sentimientos son el centro en esta composición.
Aún sabiendo que existes en mi mente y en mi corazón.
Y el haberte tenido en mis pensamientos, además de tenerte en mis sueños.
Desconozco el color de tus ojos.
Aquellos que una vez, de tantas, me miraron.
Esos que alguna vez fueron mi guía en caminos de penumbra.
Sólo el color de tus ojos, me dirán cómo estar toda la vida.
De eventos buenos ¡Y malos! ¿Por qué no?
Por eso trato de recordar el color de ellos.
A veces pienso que son azules, tanto como el de las olas agigantadas que ondean los mares de todo el mundo y que un náufrago como yo, estaría dispuesto a surcar.
Pero la sensación de ahogo viene a mí y es difícil contenerla.
Me detengo a pensar ¿Y si son verdes?.
Entonces todo alrededor se torna boscoso, siento la pureza del aire que apacigua mis pulmones. Tan convenientemente para poder suspirarte con toda confianza.
Pero es inevitable sentirme acorralado por la maleza, esa misma que enreda mis extremidades, donde me siento sometido. Es donde no puedo avanzar ni con mis brazos implorar.
Las lianas se lanzan a mí sin contemplación, torturan mi ser y quebrantan lo bueno en mí, y a la final, pendiendo de una de ellas con mi cuello, antes de perder la conciencia pienso ¡Pero pueden ser cafés o castaños!
Repentinamente el panorama cambia.
Esta vez es una sensación diferente.
No siento dolor, ni angustia.
Ni tormento, ni persecución.
Todo diferente, a excepción de una amargura que se desliza sobre mi garganta. Es placentero, calma mucho dentro mí, sin embargo, no resisto a impulsos de energía, cambia la percepción de lo que me rodea, altera mis ánimos, desordenada mi conciencia y mi comportamiento. Desisto de saborear mi paladar. Mis latidos se aceleran y no tengo la tranquilidad de hace líneas atrás.
Recorre en mí un insomnio desasosegante.
Un nerviosismo que hace vibrar al más pequeño hueso que sostiene mi débil cuerpo.
Decidí no seguir hallando el color de tus ojos.
No quería sufrir con los eventos que los relacionan.
Por eso, sin pensarlo, me lancé al vacío.
Para caer en ellos por toda la eternidad.
Al abismo indoloro de tus ojos negros.
© Luismar Soto