...

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Mundos, parte 1 (por suerte)
Nos conocimos con esa brisa de verano que nos empujó el uno al otro. Fue esa brisa la que no quise olvidar.
Fueron nubes de agua de rosas las que usé para tapar el sol que quemaba nuestro amor.
Y con la brisa y las nubes mi mente estaba como ebria y dijo “¡Sí! ¡Dios, claro que sí!” ¿Debí haber dicho que no? Esa pregunta carece de importancia ya...
Pero como ya se sabe, después de lo ebrio viene la resaca.
Me endeudé con la tristeza y me tocó pagarlo caro.

Aún recuerdo aquel día, sentados tan cerca pero estando ya tan lejos, viendo cómo de nuestras manos caían pedazos de un mundo de cristal que ni con oro pudimos recomponer.
Yo te dije que te quería pero que...
no...
podía...
ser...
Tampoco supe explicar muy bien por qué. Sentía...
sentía que ella era la cadena que me impedía avanzar. Yo, claro está, no pude decirle eso, así que dije algo de que
no estaba...
preparado...
Lo que también era cierto.

Luego todo fue oscuridad, como si de mi universo hubieran sacado con aspiradora todo su contenido y lo hubieran sustituido por... una masa amorfa, fétida y densa que, como barro, se secaría si no hacía nada. Podía darle forma, mas se secaría de todas formas.
Y yo lloraba.
Sin embargo, estaba oscuro, y yo no veía los fantasmas que me estrangulan y me clavaban dagas en las vísceras.
¿Qué se hace con los trozos de cristal roto, infundible, que cortan las entrañas que contienen nuestros sentimientos?
Las nubes que tapaban nuestro entendimiento se convirtieron en la lluvia ácida que funde nuestras almas rotas.
Una piedra ha roto esa pecera común en la que vertimos nuestro amor infinito, que ahora se derrama eternamente a través de nuestros ojos.

¡¿Quién la rompió?! ¡¿Donde está esa maldita piedra?!
Luego vino la ira. La sentía incontenible. Por suerte, remitió al escribir sobre ella.

Luego, la comprensión. Al menos vi lo que había pasado, y lo que iba a pasar. Por suerte, no acabó allí.

Fue aquella brisa de verano que no quisimos olvidar, que nunca volverá, condenada a vivir entre recuerdos nuestros.

© JoMateix