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El Legado
Capítulos 1 al 3 de 8

✨✨✨✨📝✨✨✨😊

I
El Inicio De La Despedida

Mi nombre es Alberto Rodríguez, mi historia es larga y llena de experiencias, pero ahora me encuentro en mi hogar en Ponce, Puerto Rico, rodeado de recuerdos que me llevan a un tiempo pasado. Siento que ha llegado el momento de compartir mi legado, dejar algo de mí en este mundo cuando ya no esté.

Hace unos días, terminé mi libro de memorias, un proceso largo y doloroso, pero catártico. Recordé los momentos más felices de mi vida, pero también aquellos que quisiera borrar de mi memoria para siempre. Cada uno de ellos me ha convertido en la persona que soy hoy.

Cuando escribí la última palabra, decidí que no quería dejar mi legado guardado en una estantería, acumulando polvo. Quería que alguien más conociera mi historia, que pudiera aprender de mis errores y encontrar algo de inspiración en mi vida.

Elegí a mi hijo mayor, David. Sabía que debía ser alguien cercano, alguien que pudiera entender el valor de mis palabras y el legado que dejaba. Me tomé un tiempo para escribirle una carta personal, explicándole la importancia de mi libro y el significado que tenía para mí entregárselo en persona.

Un día, cuando David vino a visitarme, lo llevé a mi estudio y le entregué la carta y mi libro. "David, mi querido hijo, sé que no hemos tenido la mejor relación en el pasado. Pero este libro es mi forma de pedirte perdón y de decirte que te quiero con todo mi corazón".

David abrió el libro y comenzó a leer la introducción. Pude ver en su rostro cómo las palabras le llegaban al corazón. Luego de unos minutos, levantó la vista y me miró a los ojos. "Papá, esto es... increíble. No tenía idea de todo lo que habías pasado en tu vida. Me siento honrado de que me hayas entregado esto".

Pasamos horas así, hablando y leyendo juntos. Fue un momento de conexión y de reconciliación entre padre e hijo. Sentí como si estuviéramos cerrando un ciclo en nuestra relación, como si finalmente nos hubiéramos entendido y perdonado mutuamente.

Finalmente, llegamos al final del libro. David cerró la tapa con cuidado y me miró a los ojos. "Gracias, papá. Me ha hecho ver la vida de una forma diferente. Prometo que lo cuidaré y lo compartiré con mi familia".

Desde ese día, nuestra relación cambió para siempre. Nos volvimos más cercanos, más comprensivos y más afectuosos. Creo que mi legado cumplió su propósito y que, aunque no puedo cambiar mi pasado, puedo dejar algo positivo en el futuro de mi familia. Y eso me llena de paz y de satisfacción.

Después de que David se fue a casa con mi libro, me senté en mi estudio y miré por la ventana, viendo el sol ponerse en el horizonte. Pensé en todas las cosas que había vivido y experimentado en mi vida, desde mi infancia en el campo hasta mi carrera en la ciudad.

Recordé aquellos días en los que solía salir a caminar por el campo, escuchando el sonido de los pájaros y la brisa en mi rostro. Solía pensar en todo lo que quería lograr en mi vida y en cómo podía hacer una diferencia en el mundo. Era un idealista en aquellos días, pero creo que aún conservo una parte de esa mentalidad en mi corazón.

También recordé las veces que había fracasado y los momentos en los que había tomado decisiones equivocadas. Pero lo más importante, recordé cómo aprendí de mis errores y cómo me levanté una y otra vez, decidido a seguir adelante y a luchar por mis sueños.

Me di cuenta de que mi libro era más que una simple colección de historias y anécdotas. Era una lección de vida, una prueba de que cualquiera puede superar las adversidades y encontrar su camino en la vida. Quería compartir más de mi historia, quería contarles a mis seres queridos sobre mis primeros amores, las veces que me enamoré y las veces que me rompieron el corazón. Quería compartir las aventuras que tuve con mis amigos y la alegría que sentí cuando nació mi primer hijo.

Pero también quería contarles sobre mis miedos, mis dudas y mis inseguridades. Quería que supieran que incluso yo, alguien que ha vivido tanto y ha logrado tanto, ha tenido momentos en los que ha perdido el rumbo y ha dudado de sí mismo.

A medida que las memorias venían a mí, comencé a escribir más. Me senté en mi escritorio y escribí durante horas, recordando los momentos más vívidos de mi vida y tratando de plasmarlos en palabras.
Me sentí rejuvenecido, como si estuviera reviviendo cada uno de los momentos que estaba escribiendo.

Me reí, lloré y sentí cada una de las emociones que había experimentado en aquellos días lejanos. Pero también sentí una sensación de paz y satisfacción, sabiendo que mi historia estaba siendo registrada para las generaciones futuras.

Mientras escribía, recordé una anécdota en particular, una de las veces que mi abuela me llevó al río para pescar. Recuerdo que me dijo: "Mira, Alberto, el río es como la vida. Hay veces que el agua está tranquila y otras veces que está agitada. Pero siempre sigue fluyendo, y tú también debes seguir fluyendo con la vida".

Esa anécdota se quedó conmigo durante toda mi vida, y creo que es algo que todos deberíamos recordar. La vida es una aventura, llena de altibajos, pero siempre sigue adelante. Y debemos seguir adelante con ella, aprendiendo, creciendo y disfrutando cada momento que se nos presenta.

Estoy agradecido por poder compartir mi historia con mi familia y con todos los que quieran leerla. Espero que puedan aprender algo de mis experiencias y que puedan encontrar inspiración en lo que he vivido. Siento que, de alguna manera, mi legado está viviendo a través de ellos.

Recuerdo una anécdota que ocurrió hace muchos años. Yo era un joven estudiante en la universidad, y estaba decidido a hacer algo diferente en mi vida. Quería dejar mi huella en el mundo, aunque fuera pequeña. Un día, me encontré con un anciano en el parque, sentado en un banco. Me acerqué a él y comenzamos a hablar.

Resultó que era un hombre muy sabio, que había vivido una vida larga y llena de experiencias. Me contó historias de sus viajes por el mundo y de las personas que había conocido. Al final de nuestra conversación, me dijo algo que nunca olvidé: "Alberto, la vida es un regalo. No te conformes con vivirla, haz algo para hacerla mejor".

Esa frase se quedó conmigo durante todos estos años, y me ha impulsado a hacer muchas cosas en mi vida. Me inspiró a escribir mi libro de memorias y a compartirlo con mi familia. Me inspiró a ser un mejor padre, esposo y amigo. Y me inspiró a hacer algo para ayudar a los demás, incluso si era algo pequeño.

También recuerdo la vez que mi familia y yo viajamos a la playa. Era un día soleado, con una brisa fresca que hacía que el mar se viera aún más hermoso. Mi esposa, mis hijos y yo nos pusimos a caminar por la playa, recogiendo caracoles y conchitas. Fue un día simple, pero muy especial para nosotros.
Después de regresar a casa, escribí en mi diario sobre ese día, y lo guardé como uno de mis recuerdos favoritos.

Pero no todos mis recuerdos son felices. También recuerdo el día que mi padre falleció. Fue uno de los momentos más difíciles de mi vida. No estaba preparado para perder a mi héroe, a la persona que me había inspirado a ser quien soy. Me tomó años aceptar su partida y aprender a vivir sin él.

Aunque suene cliché, la vida es un constante altibajo. Hay momentos felices, tristes, difíciles y llenos de amor. Pero todos ellos forman parte de nuestra historia y de lo que nos convierte en quienes somos. Por eso, espero que mi libro de memorias no solo sea una historia sobre mí, sino una historia sobre la vida misma. Una historia que inspire a otros a vivirla con todo su corazón y a hacer algo para hacerla mejor.

Sé que mi legado no cambiará el mundo, pero espero que pueda cambiar la vida de alguien. Quizás sea la vida de mi hijo, o la de mi nieto, o de algún lector que necesite encontrar inspiración en su propia historia. Ese es el propósito de mi libro y de mi legado. Y estoy agradecido de haber tenido la oportunidad de compartirlo con ustedes.

✨✨✨✨📝✨✨✨✨

II
La Soledad Habla

La soledad se ha convertido en mi compañera de vida. Desde que mi querida Martita falleció, hace ya varios años, he tenido que aprender a vivir solo. Nunca pensé que me costaría tanto acostumbrarme a la idea de dormir en una cama vacía, de no tener a alguien con quien compartir las alegrías y tristezas de cada día.

Al principio, traté de llenar el vacío con actividades y distracciones, pero pronto descubrí que nada podía llenar el hueco que Martita había dejado en mi vida. La casa parecía más grande y silenciosa de lo que recordaba, y cada objeto parecía gritar su ausencia. El sofá donde solíamos ver nuestras series favoritas ahora estaba frío y sin vida. La cocina donde preparábamos nuestros platos juntos ahora estaba demasiado grande para un solo plato. La cama donde nos acurrucábamos cada noche ahora estaba vacía y fría.

Me tomó mucho tiempo aceptar que Martita ya no estaba conmigo y que yo tenía que seguir adelante. Pero incluso ahora, después de tantos años, todavía siento su presencia en cada rincón de la casa. A veces me pregunto si estaré loco por hablarle a sus fotografías o por conservar sus pertenencias como si todavía las necesitara.

La soledad es una bestia cruel que se alimenta de mis pensamientos. Me hace pensar en todas las cosas que podrían haber sido, en todos los momentos que perdimos juntos, en todas las oportunidades que dejamos pasar. Y aunque trato de ser positivo y ver el lado bueno de las cosas, cada vez se hace más difícil.

La enfermedad y la vejez también han llegado para acompañar mi soledad. Mi cuerpo ya no es el mismo de antes, y cada día me cuesta más hacer las cosas que antes hacía sin pensarlo dos veces. Las articulaciones duelen, la vista se nubla y la memoria falla. Me siento como un niño perdido en un mundo que ya no entiendo.

Sé que mi hora está cerca, que pronto me uniré a Martita en la otra vida. No tengo miedo a la muerte, pero sí a la idea de morir solo. Me consuela pensar que ella estará esperándome al otro lado, pero también me duele la idea de dejar atrás todo lo que construimos juntos en esta vida.

A veces me pregunto si todo esto tiene algún propósito. Si acaso el dolor y la soledad que siento tienen algún sentido en el gran esquema de las cosas. No lo sé. Tal vez nunca lo sabré. Pero lo que sí sé es que, a pesar de todo, sigo adelante.

Aunque la soledad sea mi compañera, también lo es mi fortaleza. Cada día me levanto y enfrento el mundo, a pesar de las adversidades.

A veces me siento como un árbol viejo y solitario, que ha visto pasar generaciones enteras sin que nadie se detenga a escuchar su historia.

Pero, aunque nadie me escuche, aunque nadie sepa mi nombre, sé que mi vida ha valido la pena. Que los recuerdos que tengo, las experiencias que he vivido son un legado que son únicos e irrepetibles.

Sin embargo, a medida que avanzo en edad, siento que la soledad se ha vuelto mi compañera constante. Desde que mi amada esposa, Martita, falleció, me he sentido perdido y solo. Ya han pasado varios años, pero aún siento su ausencia como si fuera ayer.

Recuerdo cuando éramos jóvenes y nos enamoramos. Fue un amor sincero y puro, que duró hasta el final de sus días. Con ella a mi lado, sentía que podía conquistar el mundo. Juntos, formamos una familia, tuvimos hijos, nietos, bisnietos... Pero cuando ella se fue, me quedé sin mi otra mitad.

La enfermedad también ha hecho mella en mi cuerpo y mi mente. Mi cuerpo no responde como solía hacerlo antes. Me canso más fácilmente y mis huesos duelen al final del día. Mi mente a veces se vuelve confusa y olvido cosas simples, como donde puse las llaves o si ya comí. A veces me siento como si estuviera perdiendo el control, y eso me asusta.

La soledad y la enfermedad son una combinación peligrosa. Me siento vulnerable y frágil, como un cristal que puede romperse con el más mínimo toque. A veces, en medio de la noche, me despierto y siento un vacío en mi pecho. La cama está vacía, sin el calor de Martita a mi lado. El silencio me abruma y me siento más solo que nunca.

Pero sé que no debo dejarme vencer por la tristeza y la desesperanza. Aún me quedan momentos de felicidad y alegría, como cuando mis nietos vienen a visitarme, o cuando leo un buen libro, o cuando disfruto de una buena comida. Son pequeños momentos, pero son los que hacen que la vida valga la pena.

Además, tengo mi libro de memorias. Cuando lo leo, siento que estoy hablando con Martita, como si ella estuviera a mi lado, escuchándome con atención. Es una sensación reconfortante, saber que, aunque ella no está físicamente conmigo, su presencia sigue siendo fuerte en mi vida.

Sé que mi hora está cerca. No sé cuánto tiempo más tendré en este mundo, pero estoy listo para partir cuando llegue el momento. Espero que mis seres queridos se queden con lo mejor de mí, con mis enseñanzas, con mi amor y con los recuerdos que hemos compartido juntos.

La soledad no es algo fácil de llevar, pero es parte de la vida. Todos, en algún momento, nos encontramos solos, pero es importante no dejar que nos consuma. Hay que encontrar la fuerza en uno mismo para seguir adelante, para buscar momentos de felicidad y para recordar que somos seres únicos e irrepetibles, con una historia y un legado que dejar en este mundo.

A veces, cuando el sol se oculta en el horizonte y la luna llena empapa mi habitación con su luz, siento la presencia de mi esposa a mi lado. Cierro los ojos y puedo oler su perfume, escuchar su risa suave y sentir su cálido abrazo. Es entonces cuando la soledad se desvanece y me siento completo de nuevo.

Pero a medida que la noche avanza, la realidad vuelve a golpearme. La cama a mi lado está vacía y fría, y la presencia de mi esposa se desvanece. Me doy cuenta de que estoy solo, y no sé por cuánto tiempo más estaré aquí.

La enfermedad y los efectos de la vejez han comenzado a cobrar su precio en mi cuerpo. Ya no tengo la fuerza y la energía que tenía en mi juventud. Mi mente se confunde con más frecuencia, y la memoria empieza a fallar. Me cuesta moverme y hacer tareas cotidianas, y necesito ayuda para hacer cosas que antes hacía sin pensar.

Y lo peor de todo, siento que mi tiempo en este mundo está llegando a su fin. Sé que no soy inmortal, y que mi hora final se acerca. A veces me pregunto qué será de mí cuando deje este mundo. ¿Alguien recordará mi nombre o mi legado? ¿O simplemente seré olvidado, como tantos otros antes que yo?

Pero a pesar de todo esto, no tengo miedo de morir. He tenido una vida larga y plena, y he aprendido a aceptar la muerte como parte del ciclo de la vida. Sé que mi tiempo aquí ha sido valioso, y que mi legado perdurará en los corazones de aquellos que he amado y de aquellos que me han amado.

Aún así, la soledad es una compañera constante en mi vida. No tener a mi esposa a mi lado ha sido difícil, pero lo he aceptado como parte de la vida. Me consuela saber que ella ahora está en un lugar mejor, libre de dolor y sufrimiento.
Y espero unirme a ella algún día.

Pero mientras tanto, trato de mantenerme ocupado y activo. Leo, escribo y pinto, tratando de mantener mi mente y mi creatividad en forma. Me gusta mirar por la ventana y observar la naturaleza, recordando las excursiones que solía hacer con mi esposa. Y aunque no puedo hacer muchas cosas, trato de disfrutar de las pequeñas cosas de la vida.

En ocasiones, me visitan mis hijos y nietos, y me llenan de alegría y amor. Me gusta escuchar sus historias y sueños, y sé que ellos seguirán adelante cuando yo ya no esté. Me siento orgulloso de verlos crecer y de ver el futuro que tienen por delante.

Pero cuando se van y me quedo solo de nuevo, la soledad vuelve a mi lado. Me acurruco en mi cama, sintiendo la frialdad de las sábanas vacías. Me hago pequeño, intentando recordar el calor de los abrazos de mi esposa y las risas compartidas.

Es entonces cuando me doy cuenta de que, a pesar de todo, la soledad nunca me abandonará. Pero también sé que la vida sigue, y que cada día es un regalo.
Así que trato de disfrutar de cada momento que tengo, aunque a veces sea difícil. Me esfuerzo por mantenerme activo, salir al aire libre, rodearme de la naturaleza que tanto me ha gustado desde joven.

Sigo leyendo y escribiendo, buscando nuevas formas de aprender y crecer.
Pero sé que hay momentos en los que la soledad me abruma. Las noches son especialmente difíciles, cuando me acuesto en la cama y me doy cuenta de que la otra mitad está vacía. Recuerdo el calor y el suave roce de la piel de Martita, y siento una profunda tristeza al pensar en lo mucho que la extraño.

A veces me despierto en medio de la noche, con el corazón acelerado y la respiración agitada. Siento como si el tiempo se hubiera detenido y estuviera atrapado en una pesadilla interminable. Entonces, me siento solo y asustado, deseando tener a alguien a mi lado que me reconforte y me diga que todo está bien.

Sé que la vejez y la enfermedad también son factores que contribuyen a mi soledad. Mi cuerpo ya no responde como antes, y a veces me cuesta moverme y realizar tareas cotidianas. Las visitas al médico son cada vez más frecuentes, y me preocupa no poder mantenerme independiente por mucho tiempo.

Pero también sé que la muerte es una realidad que está cada vez más cerca. No tengo miedo de morir, pero sí me preocupa el cómo. Quiero que mi partida sea tranquila y sin dolor, rodeado de mis seres queridos y con la tranquilidad de haber vivido una vida plena y feliz.
A pesar de todo, trato de no dejarme vencer por la tristeza y la soledad. Aprendí que la vida es un regalo, y que cada día es una oportunidad para hacer algo significativo y para dejar una huella positiva en el mundo. Aunque a veces me sienta solo, sé que hay muchas personas que me quieren y que valoran mi presencia en sus vidas.

Es por eso que decidí dejar un legado, una historia de mi vida que pueda inspirar a otros y que perdure después de mi partida. Quiero que mi familia y amigos recuerden quién fui, lo que hice y lo que aprendí. Quiero que sepan que, aunque la soledad y la tristeza me acompañaron en algunos momentos, siempre tuve la fuerza para seguir adelante y para buscar la felicidad.

Así que sigo adelante, día a día, sabiendo que mi hora llegará pronto, pero también sabiendo que mi vida ha sido plena y satisfactoria. Me siento agradecido por todo lo que he vivido, por todas las personas que han sido parte de mi camino, y por la oportunidad de dejar un legado que pueda ayudar a otros a encontrar su propio camino.

✨✨✨✨📝✨✨✨✨

III
Memorias De Mi Infancia En Ponce

Mi infancia en Ponce fue una época llena de aventuras y risas. Corría por las calles empedradas con mis amigos, explorando cada rincón del barrio. Recuerdo que nos gustaba mucho ir a la playa, especialmente en los veranos, cuando el sol brillaba con más fuerza y el agua del mar estaba fresca y cristalina.

Uno de mis lugares favoritos era la plaza Las Delicias, con sus enormes árboles y bancos de piedra donde podíamos sentarnos a charlar y reír juntos. También nos gustaba ir al Parque de Bombas, con su torre de ladrillos rojos y su increíble historia de lucha contra el fuego.
Otro lugar que solíamos visitar era el Teatro La Perla, donde podíamos disfrutar de las mejores obras de teatro y películas de la época.

Recuerdo que me encantaba el ambiente y la emoción de estar allí, rodeado de gente que disfrutaba de las mismas cosas que yo.

Y cómo olvidar la famosa calle Isabel, donde solíamos ir a comprar dulces y helados en las pequeñas tiendas que la adornaban. Era una calle muy concurrida, llena de vida y energía.

Pero lo más importante de todo era estar con mis amigos. Recuerdo que nos encantaba hacer travesuras y jugar juntos en las calles, inventando historias y aventuras que nos mantuvieran siempre ocupados y felices.

Aquella época en Ponce fue un tiempo de aprendizaje y crecimiento para mí, donde descubrí muchas cosas nuevas y aprendí a valorar la amistad y la vida en comunidad. Y aunque los años han pasado, esos recuerdos siempre estarán vivos en mi corazón.

También recuerdo con cariño las fiestas de la calle San Antón, donde la música y el baile se apoderaban de las calles del barrio. Los vecinos se reunían para celebrar juntos y compartir platillos típicos como el arroz con gandules y el lechón asa'o.

Y qué decir de las tardes de domingo en la Plaza Las Delicias, donde los niños jugábamos y los adultos disfrutaban de un buen café y conversaciones amistosas. Era un lugar donde la comunidad se reunía y se fortalecía.

Mi padre solía trabajar en una tienda de artículos deportivos en la calle Isabel, y a menudo me llevaba con él. Me encantaba ayudarle a organizar la tienda y ver todas las cosas nuevas que llegaban. A veces, cuando tenía suerte, me compraba algún juguete o algún dulce.

También tengo muchos recuerdos de las procesiones religiosas en Semana Santa y de las misas dominicales en la Catedral de Nuestra Señora de Guadalupe. Me gustaba mucho el olor del incienso y la solemnidad de las ceremonias.
Debo decir que también disfrutaba mucho de las fiestas patronales que se celebraban en mi barrio.

Recuerdo las procesiones y las serenatas, el olor de los pasteles y la música alegre que se escuchaba en todas partes.

Además, mi familia era muy unida y nos reuníamos a menudo para compartir comidas y momentos especiales. En mi casa siempre había música, ya que mi padre tocaba el cuatro y mi madre cantaba hermosamente. Esos momentos en familia eran muy importantes para mí y contribuyeron a formar los valores que aún hoy sostengo.

También recuerdo el día que aprendí a andar en bicicleta, fue una gran aventura para mí. Mi amigo Roberto me enseñó y yo estaba tan emocionado que no quería bajarme de la bicicleta. Desde ese día, mi bicicleta se convirtió en mi medio de transporte preferido y me encantaba recorrer las calles de mi barrio con ella.

Otro lugar que recuerdo con cariño de mi infancia en Ponce es la famosa Carnaval de Ponce, una celebración que se lleva a cabo cada año durante la época de carnaval. Es una tradición muy arraigada en la cultura de nuestra ciudad y siempre era un momento muy esperado para mí y mis amigos.

Recuerdo que nos disfrazábamos con trajes coloridos y extravagantes, y recorríamos las calles al ritmo de la música, bailando y cantando. Era una fiesta llena de alegría y diversión, donde todos nos sentíamos unidos en una sola comunidad.

También me encantaba visitar la Catedral de Nuestra Señora de Guadalupe, con su impresionante arquitectura y su ambiente de paz y serenidad. Allí podía reflexionar y conectarme con mi espiritualidad, algo que siempre me ha sido muy importante en mi vida.

Pero no todo era diversión y juegos en mi infancia. Recuerdo que también había momentos de responsabilidad, como ayudar a mis padres en la tienda familiar o en las labores del hogar. Aunque en aquel entonces me parecían tareas tediosas, hoy en día valoro mucho el trabajo en equipo y la responsabilidad que aprendí desde temprana edad.

En general, mi infancia en Ponce fue una época llena de descubrimientos, amistad y aprendizaje. Cada calle, cada plaza, cada tienda y cada lugar tenía su propia historia y su propia magia.

Cada día era una aventura y siempre había algo nuevo que descubrir. Fue una época que me marcó profundamente y que siempre guardaré en mi corazón como una de las más felices de mi vida. Y aunque los años han pasado, nunca olvidaré aquellos días en los que todo parecía posible y la vida era una aventura constante.

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© 2023 Alice InWonderland