Minothep
-Padre estará muy decepcionado -exclamó Yares tras ver que Minothep fallaba su doceavo intento-. ¿Cómo pretendes convertirte en un dios si, apenas, puedes crear una insignificante forma de vida?
-Pero seguí los pasos al pie de la letra. Tal vez los materiales no son lo suficientemente puros.
-El dios de las excusas es lo que deberías ser. La Eternidad no va a esperar otro eón hasta que lo hagas bien -Yares se cruzó de brazos e hizo un gesto de desaprobación.
Minothep agachó la cabeza y se encogió de hombros. Por dentro su orgullo le quemaba. A pesar de sus esfuerzos y las enseñanzas de su hermano mayor no podía, siquiera, crear una forma de vida tan básica como un protozoario. parecía que su quintaesencia no había madurado.
-Deja limpio todo antes de volver al jardín -ordenó Yares mientras cruzaba el altísimo vano de la puerta del taller.
La habitación quedó en silencio.
El mechero aún estaba encendido. Minothep apretó los puños y el fuego del mechero se acrecentó por unos segundos y los jarros de falero temblaron sobre el mesón y las estanterías.
Faltaba un día para que La Eternidad ascendiera al rango de dios a los semidioses que hayan logrado crear vida. El máximo escalafón para acceder a gobernar su propio universo. De lo contrario quienes no hayan podido lograrlo permanecerían como psicopompos destinados a acarrear almas al Tártaro o al Valhalla hasta el fin de la existencia.
No. Minothep estaba decidido. No pasaría el resto de su inmortal vida supeditado a la mortalidad de los seres humanos. Él quería gobernar, ese era su destino.
Sus tres ojos superiores recorrieron los materiales del mesón, luego la puerta por donde segundos antes había salido su hermano mayor.
“¿Por qué no puedo crear vida?”, la pregunta le carcomía la cabeza. Posó sus manos sobre el tazón con arcilla y su aura comenzó a iluminar sus dedos. Sus alas se crisparon.
“Tu propio universo.” “Tus reglas.” “El poder absoluto.”
Todo se volvió a detener.
“Tu propio universo.”
Entonces se le ocurrió una idea (“Tu propio universo”). Una muy desesperada para un semidiós en apuros. Sin pensarlo dos veces desplegó sus alas y voló hasta la biblioteca del Sanctuarium. En ese momento permanecía vacía, la mayoría de dioses y semidioses estaban en el jardín en la preparación para el gran evento al día siguiente.
Flotó hasta el pasillo 100.007 y se detuvo frente a los enormes candados que cerraban las puertas de ingreso. Sabía que lo que estaba a punto de hacer era prohibido, incluso para los mismos dioses, pero no veía otra salida.
Minothep levantó los candados con sus garras y les dio un resoplido recitando unas palabras en arameo antiguo. Los candados cedieron y las compuertas se abrieron. Una sonrisa de victoria se dibujaba en el rostro de Minothep.
Más tarde en El Jardín Yares tomaba un frapé de estrellas sentado en un banco al lado de Va-khont.
-Entonces Mino, está fuera de la liga -dijo Va-khont con una sonrisa arrogante.
-No entiendo por qué no lo logra. Hemos hecho todo al pie de la letra y su quintaesencia parece, más bien, disminuir con cada intento.
Va-khont volvió a sonrenir.
-Pobrecito de nuestro hermano. Padre estará muy decepcionado. Será el primero de toda su estirpe que no ingrese al reino de los dioses.
-Lo sé -resopló Yares- y no puedo dejar de echarme la culpa. Si tan solo nos diera un poco más de tiempo.
Unas valkyrias pasaron por su lado murmurando y sonriendo de manera coqueta. Va-khont alzó su copa de plasma de cuásar a modo de saludo.
-Va a tener que vérselas con los mortales -dijo Yares.
-Pues que se cumpla en él su voluntad.
Todos en El Jardín sonreían mientras iban de aquí para allá preparando la fiesta y los rituales para el grán evento, cuando de pronto una explosión, proveniente de los talleres, convirtió la actitud festiva en completo desasosiego.
“Tu propio universo.”
Los dioses, semidioses y ángeles se aproximaron rápidamente a los talleres para ver qué es lo que había sucedido.
Cuando Yares cruzó la puerta del taller donde hace unas horas había dejado a su hermano menor lo que encontró lo dejó perplejo. Todas las herramientas estaban destruidas y un par de alas de semidios estaban fundidas en una de las paredes. Una luz rojiza en expansión dominaba el lugar. No había señales de Minothep por ningún lado.
Va-khont observó que un libro yacía tirado a un lado del mesón. Supo, por la irreconocible portada, que no era uno de aquellos a los que tenían acceso los dioses. Un libro de edad indistinguible mucho más antiguo y prohibido que el mismísimo Necronomicón.
Todos se quedaron perplejos, pues en el centro del mesón levitaba un pequeño universo del tamaño de una pepa.
“Tu propio universo”
Ningún semidios había creado antes tal entidad cósmica. era una habilidad reservada para los dioses supremos.
Va-khont dejó caer su copa luego de leer el último párrafo del libro que yacía en el suelo, donde indicaba la receta para crear un universo.
Entre los ingredientes imprescindibles y resaltado en color escarlata se leía: “La vida de un semidios.”
© J.Lu
-Pero seguí los pasos al pie de la letra. Tal vez los materiales no son lo suficientemente puros.
-El dios de las excusas es lo que deberías ser. La Eternidad no va a esperar otro eón hasta que lo hagas bien -Yares se cruzó de brazos e hizo un gesto de desaprobación.
Minothep agachó la cabeza y se encogió de hombros. Por dentro su orgullo le quemaba. A pesar de sus esfuerzos y las enseñanzas de su hermano mayor no podía, siquiera, crear una forma de vida tan básica como un protozoario. parecía que su quintaesencia no había madurado.
-Deja limpio todo antes de volver al jardín -ordenó Yares mientras cruzaba el altísimo vano de la puerta del taller.
La habitación quedó en silencio.
El mechero aún estaba encendido. Minothep apretó los puños y el fuego del mechero se acrecentó por unos segundos y los jarros de falero temblaron sobre el mesón y las estanterías.
Faltaba un día para que La Eternidad ascendiera al rango de dios a los semidioses que hayan logrado crear vida. El máximo escalafón para acceder a gobernar su propio universo. De lo contrario quienes no hayan podido lograrlo permanecerían como psicopompos destinados a acarrear almas al Tártaro o al Valhalla hasta el fin de la existencia.
No. Minothep estaba decidido. No pasaría el resto de su inmortal vida supeditado a la mortalidad de los seres humanos. Él quería gobernar, ese era su destino.
Sus tres ojos superiores recorrieron los materiales del mesón, luego la puerta por donde segundos antes había salido su hermano mayor.
“¿Por qué no puedo crear vida?”, la pregunta le carcomía la cabeza. Posó sus manos sobre el tazón con arcilla y su aura comenzó a iluminar sus dedos. Sus alas se crisparon.
“Tu propio universo.” “Tus reglas.” “El poder absoluto.”
Todo se volvió a detener.
“Tu propio universo.”
Entonces se le ocurrió una idea (“Tu propio universo”). Una muy desesperada para un semidiós en apuros. Sin pensarlo dos veces desplegó sus alas y voló hasta la biblioteca del Sanctuarium. En ese momento permanecía vacía, la mayoría de dioses y semidioses estaban en el jardín en la preparación para el gran evento al día siguiente.
Flotó hasta el pasillo 100.007 y se detuvo frente a los enormes candados que cerraban las puertas de ingreso. Sabía que lo que estaba a punto de hacer era prohibido, incluso para los mismos dioses, pero no veía otra salida.
Minothep levantó los candados con sus garras y les dio un resoplido recitando unas palabras en arameo antiguo. Los candados cedieron y las compuertas se abrieron. Una sonrisa de victoria se dibujaba en el rostro de Minothep.
Más tarde en El Jardín Yares tomaba un frapé de estrellas sentado en un banco al lado de Va-khont.
-Entonces Mino, está fuera de la liga -dijo Va-khont con una sonrisa arrogante.
-No entiendo por qué no lo logra. Hemos hecho todo al pie de la letra y su quintaesencia parece, más bien, disminuir con cada intento.
Va-khont volvió a sonrenir.
-Pobrecito de nuestro hermano. Padre estará muy decepcionado. Será el primero de toda su estirpe que no ingrese al reino de los dioses.
-Lo sé -resopló Yares- y no puedo dejar de echarme la culpa. Si tan solo nos diera un poco más de tiempo.
Unas valkyrias pasaron por su lado murmurando y sonriendo de manera coqueta. Va-khont alzó su copa de plasma de cuásar a modo de saludo.
-Va a tener que vérselas con los mortales -dijo Yares.
-Pues que se cumpla en él su voluntad.
Todos en El Jardín sonreían mientras iban de aquí para allá preparando la fiesta y los rituales para el grán evento, cuando de pronto una explosión, proveniente de los talleres, convirtió la actitud festiva en completo desasosiego.
“Tu propio universo.”
Los dioses, semidioses y ángeles se aproximaron rápidamente a los talleres para ver qué es lo que había sucedido.
Cuando Yares cruzó la puerta del taller donde hace unas horas había dejado a su hermano menor lo que encontró lo dejó perplejo. Todas las herramientas estaban destruidas y un par de alas de semidios estaban fundidas en una de las paredes. Una luz rojiza en expansión dominaba el lugar. No había señales de Minothep por ningún lado.
Va-khont observó que un libro yacía tirado a un lado del mesón. Supo, por la irreconocible portada, que no era uno de aquellos a los que tenían acceso los dioses. Un libro de edad indistinguible mucho más antiguo y prohibido que el mismísimo Necronomicón.
Todos se quedaron perplejos, pues en el centro del mesón levitaba un pequeño universo del tamaño de una pepa.
“Tu propio universo”
Ningún semidios había creado antes tal entidad cósmica. era una habilidad reservada para los dioses supremos.
Va-khont dejó caer su copa luego de leer el último párrafo del libro que yacía en el suelo, donde indicaba la receta para crear un universo.
Entre los ingredientes imprescindibles y resaltado en color escarlata se leía: “La vida de un semidios.”
© J.Lu