Cuando te mueres un poco
Supongo que entonces el almanaque acumulaba sus días como deudas cruentas que en algún espacio inoportuno habría de cobrarle. De algún modo se diluyó en hacer lo que se esperaba de ella, cosas ordinarias y groseras de la "vida real", sobrevolandose desde algún punto, sin saber en qué momento se había dejado atrás. ¿Qué se suponía que hiciera cuando se había muerto una parte de ella misma y su alma no sabía lidiar con el luto?
Así, mientras se fingió inmune a las horas, dejó que pasara por sobre sí la ola que arrastraba a las emociones más difíciles de manejar... creía que había olvidado.
Una tarde salió del baño con los mechones amarillos chorreando por el cuello y la espalda, adheridos y molestos. Se paró frente al espejo en el cuarto y reparó en la criatura de ojos mustios que le devolvió la mirada con una arruga entre las cejas y pliegues a los lados de su boca, que le decían que estaba harta y no sabía de qué. La congela la certeza de que le quitaron las vísceras, las seccionaron y devolvieron a su lugar de cualquier modo, destrozadas... mezclando sangre y mierda dentro de ella.
Nuevamente vuelve al punto donde tira de un lado la lástima de sí y del otro, rabia por no permanecer sobrepuesta (como todos la creen), en un nido atroz que amenaza con asfixiarle.
Se siente una hipócrita, una falsa joya que encandila en exhibición pero en realidad es sólo un trozo de vidrio quebradizo.
Desenrolla la toalla de su cuerpo y sacude con fuerza innecesaria la masa empapada de sus cabellos. Vuelve a comenzar en conteo mental de sus inspiraciones con el pelo latigándole el rostro, y lentamente vuelve a vestirse con la piel de la mujer más fuerte que conoce, alza la cabeza y sale lista para comerse al mundo, aunque sea remontando un vuelo omnubilante.
© yisetclavel
Así, mientras se fingió inmune a las horas, dejó que pasara por sobre sí la ola que arrastraba a las emociones más difíciles de manejar... creía que había olvidado.
Una tarde salió del baño con los mechones amarillos chorreando por el cuello y la espalda, adheridos y molestos. Se paró frente al espejo en el cuarto y reparó en la criatura de ojos mustios que le devolvió la mirada con una arruga entre las cejas y pliegues a los lados de su boca, que le decían que estaba harta y no sabía de qué. La congela la certeza de que le quitaron las vísceras, las seccionaron y devolvieron a su lugar de cualquier modo, destrozadas... mezclando sangre y mierda dentro de ella.
Nuevamente vuelve al punto donde tira de un lado la lástima de sí y del otro, rabia por no permanecer sobrepuesta (como todos la creen), en un nido atroz que amenaza con asfixiarle.
Se siente una hipócrita, una falsa joya que encandila en exhibición pero en realidad es sólo un trozo de vidrio quebradizo.
Desenrolla la toalla de su cuerpo y sacude con fuerza innecesaria la masa empapada de sus cabellos. Vuelve a comenzar en conteo mental de sus inspiraciones con el pelo latigándole el rostro, y lentamente vuelve a vestirse con la piel de la mujer más fuerte que conoce, alza la cabeza y sale lista para comerse al mundo, aunque sea remontando un vuelo omnubilante.
© yisetclavel