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Ofelia y el camino de sus flores
En un jardín, cualquiera ha de saber que es ahí donde las flores comienzan; pero he aquí la verdadera cuestión: ¿dónde es que ellas acaban?

Los pasos son rápidos, aceleran el ritmo frenético de su corazón. Su alma proclama una huida, guiada por la esperanza se dirige hacia el río, poseída por una certeza; la ferviente ilusión de encontrar libertad.
—¡Ofelia! — Su nombre… ahí está nuevamente; repetitivo, constante, al borde de padecer cruelmente la desesperación. Sin embargo, al oírlo, aquel fervor, el deseo que con ansia alguna vez permaneció, segundo a segundo se desvanece, se asfixia igualándose a un suspiro que va contra el viento.
—¡Ofelia! — La incesante búsqueda se intensifica, y un angustiante tormento fundiéndose al miedo, se percibe en la voz de quien la llama. Pero es la ausencia, el martirio de su silencio, lo único que ella está vez decide dar.

Los pasos son cada vez más rápidos, con vehemencia se aferran a un recuerdo, a una idea; a aquella promesa que ya no es.
Los pasos… cada vez son más rápidos, y el río se acerca; se asemeja a un preciado consuelo. El río se acerca y solo una leve y efímera distancia la separa de su anhelado destino. Una distancia, que no se detiene a pensar. Solo avanza, decidida; se despoja de su lamento; cede sus riendas sumergiéndose al frío del agua. Y, como una flor marchita; abraza al río.

—¡Ofelia! — Ahora son gritos... desgarros que se desprenden de un alma que, con estupor, sostiene el cuerpo de su amada.

En agonía, allí es donde las flores acaban.

© Quilen_sb