...

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Mi querida Helena:
Cierro los ojos y estás ahí en pleno silencio. Tu corazón aún no se ha enmudecido; todavía tu respiración puedo oír. Como la brisa del invierno que opaca al otoño adelantando el tiempo; como la esperanza que surge ante la llegada de la primavera.

Te percibo tan cerca que parece imposible.
Entonces me pregunto: ¿acaso es tu cuerpo una ilusión?
Doy dos pasos, me acerco tan lento que el aire se detiene en mis pulmones.
Tiemblo, tiemblo del temor, de pensar que quizás no existas.
Pregunto, esta vez con un susurro lanzado al viento, ¿eres acaso una ilusión o eres en verdad toda mi realidad?

Doy dos pasos, estoy tan próximo que duele.
Veo tu cuerpo y el blanco te envuelve, tus rizos cobrizos que caen en cascada; escucho tu voz, como una dulce melodía, y me entrego a tu armonía.
Me falta un paso, una distancia tan corta, tan frágil.
Me falta un paso… Solo un paso.
Mi pulso se acelera, el anhelo, la sensación de tocarte me consume; estoy tan cerca… Tan cerca.

Extiendo mi brazo, a punto de tocarte; pronto todo en mí se vuelve inestable, poco a poco, veo como te desvaneces.
Quiero aferrarme, necesito detenerte…
Una luz me ciega; me doy cuenta de lo efímero…

Al abrir los ojos todo comienza a encajar.
Un grito escuece mi garganta; lágrimas empiezan a caer; en la agonía de un llanto me empiezo a ahogar.
Lo cierto es que nuestra cercanía, lo próximo que estuve a tocarte, sentir la suavidad de tu tacto, jamás existió; no era más que el consuelo de mi imaginación.
Un sueño, una ilusión… que creé para sanar.

Mi querida Helena, atado a mi lamento, ahora me pregunto: ¿en dónde es que estás? ¿Será el cielo un buen lugar? ¿Te encuentras rodeada de alegría? ¿Has encontrado tu paz?

Mi querida Helena, solo quiero refugiarme en tus brazos, dormirme en tu pecho y con tus caricias descansar.

Por siempre y eternamente tuyo; John.
Tu gran y queridísimo amor.

© Quilen_sb