Por una deuda ajena
Yacía de espaldas en el suelo con la mirada vacía. Esa mañana, cuando llegaba a su habitación, le pegaron un solo tiro que lo mandó al infinito a contar el polvo de las galaxias . Le ahorraron la resaca de la borrachera que se había pegado con sus viejos amigos esa noche, donde se abrazaron y rieron alegres por la llegada de quien ya habían dado por perdido hacía mucho tiempo.
Llegó a ese pueblo, que sólamente en el fondo le era familiar. Eran casi irreconocibles aquellas calles. Apenas podía decirse que eran las que recorrió de niño y de joven, a no ser por un poste, o por la fachada de alguna casa que sus dueños se negaron a cambiar, o que dejaron derruir. Se sentó en un café y pidió una cerveza, se quitó el sombrero, lo puso sobre la mesa, se pasó la mano por los pocos pelos ralos que se resistían a su calvicie, y recibió en sus manos la cerveza fría que traía la mesera. Mientras daba sorbos a la botella, buscaba entre los transeúntes algún rostro conocido. Todos eran un montón de gente nueva que lo hacía sentirse como un forastero en su propia tierra. "Así que vino a recoger los pasos, Javier" le dijo alguien desde otra mesa, que luego soltó una carcajada. Volteo a ver quién era el dueño de la voz, pero no logro reconocerlo. Intentó responder algo pero puso todo su esfuerzo en ver en ese rostro y en ese cuerpo de viejo algún paisano suyo de aquel tiempo.
"No me recuerda" prosiguió el...