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El Juramento del Vampiro (Capítulo 3: sentimientos encontrados)
La semana siguiente a aquel día en que Hades casi perdió la vida por el bienestar de Perséfone, se descubrió que Marcus y su cómplice estaban implicados en numerosos delitos sexuales contra menores. Los padres de las víctimas alzaron la voz y, dado el gran número de jóvenes afectadas, el caso fue considerado verídico. Como resultado, todo Blackpool solicitó al alcalde que buscara a Perséfone para agradecerle su valentía. Solo el alcalde y su hermano sabían que Hades era el verdadero vampiro y responsable del incidente, pero el pueblo se volcó con Perséfone, a quien consideraban una vampira por una maldición y por eso su padre no la dejaba salir por las noches.
Esa semana, el alcalde visitó la mansión para dar las buenas noticias. A pesar de no estar de acuerdo con que su hija fuera vista de esa manera, Hades aceptó si eso permitía a Perséfone visitar el pueblo cuando quisiera. Además, esto ayudaría a mantener su identidad oculta. Aunque Hades temía que la gente pudiera temer a Perséfone, el alcalde aseguró que la verían como una joven decidida y poderosa. Muchos hombres vendrían a cortejarla, recordando que el estigma hacia los vampiros había desaparecido gracias a la actitud “heroica” de Perséfone.
Después de despedirse del alcalde, Hades se quedó pensando en Perséfone, quien había estado encerrada en su habitación durante una semana. La verdadera razón de su reclusión era la vergüenza que sentía después de ver cómo su padre bebía de su sangre.
Las semanas se convirtieron en años y Perséfone ya no era la niña malcriada de antes. Ahora tenía veinte años y había cambiado físicamente, emocionalmente e incluso en su personalidad. Sin embargo, sus sentimientos hacia él permanecían firmes. De un deseo infantil hacia su padre, ahora anhelaba ser su esposa. Pero sus inseguridades persistían, ya que Hades parecía no haber notado nada. Esto la preocupaba mucho y la entristecía. Pero lo que nadie sabía es que Hades ya sentía un amor hacia la joven que había visto crecer. Sin embargo, debido a su juramento y a su mirada paternal hacia ella, guardó sus sentimientos para sí mismo.
Para buscar una solución, tomó la drástica decisión de comprometerse con Afrodita, una joven y fértil vampira prima de un amigo suyo. Afrodita llegó a la vieja mansión como un viento helado en medio del verano. Su primo le había dicho que había recibido una carta pidiendo su mano en matrimonio. Afrodita ya conocía a Hades, ya que había sido muy amiga de su antigua esposa, Hestia, quien murió trágicamente a manos de un cazador de vampiros.
Afrodita, una mujer esbelta de mirada angelical y hermoso semblante, era la envidia de las demás vampiras. Aunque no había tenido la oportunidad de casarse con Hades antes, ahora sentía que tenía todas las posibilidades de ganar. Sin embargo, desconocía que Hades había adoptado a una niña entrometida.

Al llegar a la casa, Afrodita golpeó la puerta dos veces y fue recibida por Artemisa.

—¿Afrodita? —preguntó Artemisa, sorprendida.
—Hola, Artemisa. Han pasado décadas desde la última vez que nos vimos. ¿Cómo has estado? —preguntó Afrodita con una sonrisa exagerada.
—Bien. Es una sorpresa verte aquí.
—Es que tu señor le envió una carta a mi primo para que me despose.
—¿Qué?

Afrodita, que había traído consigo una maleta llena de ropa, la dejó en el suelo y se sentó en uno de los sillones. Cruzó una pierna sobre la otra y observó el lugar.

—Qué casa tan lúgubre. Necesita un toque más hogareño. ¿Dónde está Hades?
—Está en su despacho con…
—¿Y dónde está su despacho?
—Subiendo las escaleras. Pero no te preocupes, yo…

Antes de que Artemisa pudiera terminar su frase, Afrodita se levantó y se dirigió hacia las escaleras.

—No te preocupes, niña. Yo iré. Quiero darle una sorpresa. Permiso.
—El que se va a llevar la sorpresa es él —murmuró Artemisa.

Mientras tanto, Hades estaba en su despacho explicándole a Perséfone el arte de los negocios. Perséfone soñaba con tener su propia tienda de ropa y le estaba pidiendo capital a su padre para poder iniciar su negocio.

Afrodita subió las escaleras y escuchó el murmullo de los dos. Reconoció fácilmente la voz de Hades, pero le sorprendió escuchar la voz de una joven. Así que caminó con cautela hasta el origen del ruido y abrió la puerta de golpe.

—¡Hola, Hades! ¿Te acuerdas de mí?
Hades la miró con una sonrisa y Perséfone con una ceja levantada.
—Hola, Afrodita. Has venido sin avisar.
—Es que me gustan las sorpresas.
—Ya veo.

Hades miró a Perséfone de arriba abajo como si fuera su rival.

—¿Y esta muchacha? ¿Quién es?
—Oh. Es cierto. Afrodita, te presento a Perséfone, mi hija.
—¿Tu hija? ¿No que Hestia era estéril?
—Hades… digo… mi padre me adoptó cuando era muy pequeña y me crio como su hija. Por lo tanto, soy su hija.
—Sí, niña. Entiendo eso. Mucho gusto, soy Afrodita, la prometida de tu padre.
—¿Su prometida?
—¿No es eso grandioso, hija? Por fin vas a tener hermanos.
—Claro. Hermanos —dijo Perséfone mirando a su padre—. ¿Por qué no me dijiste esto antes?
—Lo siento. Pero quería que fuera una sorpresa.
—¿Acaso te molesta? —preguntó Afrodita.
—No, en absoluto. Me alegro de que mi padre por fin tenga una mujer para el resto de su vida —dijo Perséfone extendiendo su mano con una sonrisa cínica—. Espero que nos llevemos bien.

Afrodita estrechó su mano.

—Lo mismo digo.

Aunque sus voces parecían calmadas, sus miradas echaban chispas.

Hades se sorprendió al ver que su hija era toda una mujer madura. Sintió algo por ella en su corazón, pero lo descartó inmediatamente.

Tras ese tenso encuentro, Perséfone juró que haría todo lo posible para ganarse el corazón de Hades.
—¿Sabes, querido? El viaje hasta aquí fue muy largo y tengo hambre. ¿Cuándo vamos a almorzar? —preguntó Afrodita.
—El almuerzo estará listo en media hora. Si quieren, pueden bajar a la mesa —respondió Artemisa desde cerca.
—¿Artemisa nos estaba escuchando? —preguntó Afrodita.
—Siempre es así. Te acostumbrarás —respondió Perséfone. —Bien, señoritas. Bajemos —dijo Hades.
En silencio, los tres bajaron y se dirigieron a la mesa. Hades se sentó en la esquina, Afrodita intentó sentarse a su derecha, pero Perséfone se adelantó.
—Lo siento, señorita Afrodita, pero siempre me he sentado aquí. Afrodita miró a Hades esperando que la regañara, pero él solo asintió. Con una frustración disimulada, Afrodita se sentó a su izquierda.
—Perséfone. ¿Podrías venir a ayudarme? Estoy atareada —dijo Artemisa, apenas entrando a la cocina.
—Voy.
Al entrar a la cocina, Perséfone notó que el estofado aún estaba en la olla.
—¿En qué te puedo ayudar?
—Así que tienes competencia.
—¿Ya sabías que vendría?
—Tenía mis sospechas. Pero me sorprendió tanto como a ti. Fue tu padre quien la trajo por medio de una carta.
—Ya veo —dijo con tristeza.
—¿Y por qué te desanimas?
—Me habías dicho que Hades se enamoraría de mí. Pero lo veo igual que siempre.
—El hechizo siempre hace efecto. Tal vez no quiera demostrarlo.
—¿Y por eso la trajo? ¿Para que se enamorara de ella en vez de mí?
—Hablaré con él cuando esté solo y te diré lo que me dijo.
—Bien.
—El almuerzo está casi listo. ¿Puedes ayudarme con los cubiertos y las copas?
—Sí. No hay problema. —Ah. Y otra cosa más.
—Eres una humana tan linda que Hades no tardará en caer rendido a tus pies. Así que ten más confianza en ti misma. Perséfone sonrió.
—Lo haré.
Una vez que ya estaban los tres almorzando, Perséfone ignoró todas las palabras de Afrodita para enfocarse en Hades. Buscaba una oportunidad para dejarlo a solas y así Artemisa podría aprovechar para acorralarlo. Y cuando ya estaban terminando de comer el estofado de carne que Artemisa había preparado con mucho esmero, se le ocurrió una brillante idea.
—¿Señorita Afrodita?
—¿Sí, Perséfone?
—¿Te parece si vamos a caminar afuera? Así podremos conocernos mejor si conversamos a solas.
—Qué gran idea, Perséfone. Así podrán conocerse mejor y llevarse bien. ¿Verdad, Afrodita?
Afrodita quedó helada. Lo último que quería era estar a solas con ella.
—Claro. Me encantaría tener una conversación de mujer a mujer.
Al salir al jardín trasero de la mansión, las dos caminaron hasta unos árboles cercanos. Se miraron seriamente y Perséfone cruzó los brazos.

—¿Eres una humana? —preguntó Afrodita con una mirada despectiva.
—¿Cómo lo sabes?
—Los humanos tienen un olor muy fuerte. Y eso hace a los vampiros irresistibles a su sangre. Si no fuera porque eres la hija de Hades, ya estarías en mi lista de víctimas.
Perséfone cambió de tema.
—Te traje hasta aquí para que te alejes de Hades.
Ahora Afrodita cruzó los brazos.
—¿Y se puede saber por qué? Ah, ya sé. Tus ojos y tus actitudes hacia él te delatan. Pues te tengo malas noticias. Él es mío. Además, los vampiros y los humanos no pueden estar juntos. Y aunque fueses una vampira, Hades siempre te mirará como su hija.
—En eso te equivocas. Hace un par de años, tuve que darle de mi elixir para que no muriera.
Afrodita miró con sorpresa.
—¿Que hiciste qué?
—Era eso o moría.
—Eso es asqueroso. Más todavía de parte tuya. Pero, aunque eso implique que se habrá enamorado de ti, entonces no me hubiera llamado para desposarse conmigo. Lo siento, querida. Pero Hades ya me eligió. Así que te recomiendo que no te interpongas. Para que no salgas lastimada. Tú me entiendes.
—Hades estará conmigo, te guste o no.
—¿Acaso eres sorda? Hades es mío.
—Eso lo veremos.
Afrodita comenzó a caminar hacia la mansión.
—Ya estoy cansada de tus delirios. Mejor quédate con el papel de la hija. Con solo escucharte decir que quieres estar con él, me da náuseas. Mejor aléjate de mí o sufrirás las consecuencias.

Una vez que Perséfone se quedó sola, gritó de rabia.

Al entrar a la casa, Afrodita notó que Hades ya no estaba ni en el comedor ni en la sala de estar. Así que se dirigió a su despacho. Pero tampoco estaba allí. Llamó a Artemisa, pero tampoco respondió.
Detrás de la habitación de Hades, había una puerta secreta detrás de un cuadro gigante de su madre. En ese lugar, Hades tenía su refugio en caso de que hubiera alguna invasión con un pasadizo secreto que lo llevaba a las afueras de su mansión. Allí se encontraba sentado en un sillón conversando con Artemisa.

—¿Se puede saber por qué me trajiste aquí?
—Es para que nadie nos oiga.
—Entonces, habla. No quiero que las chicas se preocupen por nuestra ausencia.
—Es sobre Perséfone.
—¿Qué pasa con ella?
—Más bien, qué le pasa a usted con ella.
—No logro entenderte.
—Hay algo que no se lo he dicho. Y le pido perdón por eso. Pero cuando Perséfone le dio de su sangre para que siguiera viviendo, usted estaría amarrado a ella.
Hades se enfureció.
—¿Y ahora me lo vienes a decir?
—Si no se lo tomaba, usted… usted ya no estaría con nosotras. Sobre todo con Perséfone.
—Ahora entiendo.
—¿Qué cosa?
Hades se llevó las manos a la cara y comenzó a llorar.
—Está mal. Muy mal. Ella es mi hija. No puedo seguir con estos sentimientos.
—Le recuerdo que usted la adoptó. No es su hija de sangre.
—Pero le juré a mi amigo que la cuidaría como si lo fuera.
—Pero los sentimientos cambian con los años. Usted más que nada lo sabe. ¿O se le olvidó que a Hestia la miraba como si fuese su hermana?
—Pero eso es diferente.
—No, mi señor. Es exactamente igual.
Hubo silencio.
—Y esto es normal… ¿Qué pensará Perséfone de mí cuando se entere?
—Le aconsejo que hable con ella lo antes posible.
—¿Entonces ella también siente lo mismo por mí?
—Mejor que se lo diga ella en persona.
—Aun así, no creo que sea correcto que la ame. Lo mejor será que me case con Afrodita y que Perséfone haga su vida.
—Estaría engañando su corazón y el de Afrodita. Y un vampiro siempre es un hombre intachable.
—Tienes razón. Será mejor aclarar todo esto lo antes posible. Pero si echo a Afrodita… lo más probable es que…
—Eso lo veremos después. Pero sea sincero con Perséfone. Y le aseguro que ella será sincera con usted.

Hades se secó las lágrimas y se puso de pie. —Dile a las chicas que las estaré esperando en mi despacho. —Como ordene.
Artemisa salió de la habitación con una sonrisa satisfecha. Hades se quedó pensativo un momento y luego salió. Después de salir de la habitación, caminó lentamente hacia el despacho. Al entrar, vio a Perséfone a su derecha y a Afrodita a su izquierda. Ambas estaban de pie.
—¿Qué sucede, amor? ¿Por qué nos llamaste? —Porque tengo algo que decirles. Hades caminó con decisión hacia el escritorio. Ondeó su capa y su actitud cambió completamente. —Afrodita. Con todo el dolor de mi corazón, te tengo que pedir que te vayas de mi mansión.
Afrodita y Perséfone quedaron boquiabiertas.
Antes de eso, Artemisa solo se había limitado a decirle a Perséfone que la charla que tuvo con Hades había dado buenos frutos.


© Benjamin Noir