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Resuelto
–Parece que ya no vamos a necesitar esto –dijo Franz Mientras le alcanzaba el arma a uno de sus matones con una mano y a la vez se llevaba una uva morada a la boca con la otra.

Erik permanecía en silencio soportando el dolor de la golpiza que le habían propinado minutos antes. El rostro empezaba a notársele inflamado y la sangre que le escurría por las mejillas comenzaba a teñir el pecho de su camisa con un rojo espeso.

Franz se tomó dos uvas más del frutero de plástico sobre la mesa de la cocina de la casa de Erik y las tuvo en la boca como si fuesen pastillas de caramelo.

–¿Qué te hizo pensar que sería lo suficientemente idiota como para no hacer nada al enterarme que habías vuelto a la ciudad luego de nuestro pequeño… ­–Franz hizo una pausa, acercó su impoluto rostro al de Erik y la esquina izquierda de su labio se curvó hacia arriba– IN-CI-DEN-TE?

Erik hizo el intento de propinarle un certero puñetazo en la cara a quien había acabado con la vida de su hermana aprovechando la proximidad, pero Gus le sujetaba los brazos por la espalda con una fuerza hercúlea. Le hubiera escupido en la cara, pero la mordaza que le pusieron también se lo impedía.

–Sabes. Tienes que agradecerle al pendejo de tu cuñado. Si no hubiera sido por él todavía seguiríamos buscándote, pero, intentar matarme con un arma. ¿De veras pensaste que una forma de venganza tan prosaica iba a funcionar conmigo?

El asesino profirió una carcajada ahogada, sus secuaces le siguieron.

Erik agachó la cabeza, estaba perdiendo la fuerza del cuello y el dolor de la clavícula dislocada le hacía querer vomitar. Hasta se le hacía difícil mantener la respiración.

–Esto no es una película de Tarantino, cabrón –continuó Franz jaloneándole el cabello a Erik –El crimen sí paga. Y es momento de que cobre los intereses.

Esta vez Franz tomó un racimo de uvas del frutero y se llevó un buen montón a la boca. Tronó los dedos y sus matones se miraron. Gus levantó a Erik que estaba de rodillas y Chato le agarró de las piernas para llevarlo a la habitación y terminar con el trabajo.

Erik cerró los ojos sabiendo que la búsqueda del asesino de su hermana había llegado a su fin. Sabía que ya no podía hacer nada más y recordó los buenos momento que había pasado con Margarita. Una niñez inocente y feliz, su paso por la escuela juntos y luego la universidad hasta que ella decidió a dedicarse al derecho penal, carrera que le consiguió enemistades peligrosas, entre ellos un crápula narcotraficante llamado Franz Mendoza. Una lacra de la sociedad. Ese despreciable que no conforme con acabar con su vida consumía sardónicamente las últimas uvas que le quedaban.

Una vez en la habitación de Erik, Gus le ató las manos y procedió a colocarle una cuerda alrededor del cuello.
Poco a poco el aire dejó de llegarle a los pulmones y pronto se escucharía el crujir de los huesos de su cuello dándole fin a todo.

Pero justo cuando estaba a punto de perder la consciencia un alarido proveniente de la cocina le dibujó a Erik una sonrisa en los labios ensangrentados.

–¡Cabrón! ¡HIJO DE PUTA! –fue lo último que se le oyó gruñir a Franz luego de que el veneno de las uvas hubiera hecho efecto dejándolo exánime y escupiendo espuma por la boca en el piso de la cocina.


© J.Lu Antelo