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Cataclismo
Y ocurrió el primer desastre con tan solo un abrir y cerrar de sus ojos. El simple aleteo de sus pestañas crearon vientos huracanados, que arrasaron con la paz de mi corazón. Entonces lo supe: estaba indefensa, expuesta, frágil, totalmente a merced de sus antojos. Nunca antes en toda mi vida me había sentido tan desarmada como en el momento justo en que sus ojos y los míos conectaron.

Recién ahí comenzó una segunda desgracia. Tuvo tal magnitud el tornado, que se llevó lejos mi voluntad, mi autoestima, mi valía. Lo peor fue reconocerme cada vez menos en esa imagen que proyectaba de mí el espejo; saberme rota, moribunda, adormecida, y no tener el valor suficiente para salvarme a mí misma de... mí.

A día de hoy, aún miro atrás sin entender cómo fue que me dejé llevar por las aguas crecidas de aquel río embravecido que era él. Dejé que arrastrara lejos de mí hasta el más pequeñísimo detalle de dignidad. Fue tal la devastación que dejó en mi ser, que los de fuera podían verme únicamente como una cáscara vacía incapaz de mostrar emociones, de sentir, de vivir, o siquiera respirar, sin portar aquella máscara en que se convirtió mi inexpresivo rostro.

Sí, es cierto. A duras penas pude arrastrarme lejos de aquel cataclismo. Salí; no ilesa, no sin esfuerzo, pero salí. No obstante, todavía hoy sigo buscando la manera de poder rescatar, al fin, a esta pobre alma damnificada.

© Elizabeth Martiartu