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Insondable

No hay más remedio que aceptar que muchas de las preguntas que nos hacemos nunca tendrán una respuesta satisfactoria, y otras no podrán ser contestadas jamás, para así evitar terminar atrapados en ciénagas pegajosas de las que no nos será posible salir. Por eso no me pregunto por qué mi hermano decidió irse así sin más, sin dejar ni una nota, aunque fuera para ocultar aún más sus verdaderas razones; sólo dejó su cuerpo frío y todas esas preguntas incontestables… ahora está ahí tendido, rodeado de los que lo amamos y de los que, tácita o manifiestamente, lo odiaron, por su forma de llevar su vida, en un derrape de humo, putas y cerveza. "Que si tendría problemas o deudas" preguntaba uno, "que si estaba enamorado", preguntaba el otro. Preguntas maricas, contestaba para mí solo. Me gusta más creer que se mató porque gastó la vida en mucho menos tiempo del que tarda en gastarla un buen cristiano, y que había llegado a ese hastío inexorable al que llegarían los inmortales.
Hay que saber morir a tiempo, decía Nietzsche, pero mi hermano no lo aprendió de él, nunca en su desordenada vida le ví interés por un libro, más bien creo que lo sabía por ciencia infusa, por pura intuición, y decidió hacerlo. Se bajó del mundo sin pensar en nosotros, en mi padre, al menos, al que veo que en su silencio y su gesto serio e ido, si le atormentan las preguntas insondables.


© Mauricio Arias correa