...

4 views

Asmodeo
Siempre he sido ansioso, terriblemente ansioso. ¿Será la ansiedad la que me está volviendo loco? La enfermedad había agudizado mis sentidos en vez de destruirlos, y mi vista era el más agudo de todos. Veía todo lo que puede verse en la tierra y en el cielo. Muchas veces vi cosas también en el infierno. ¿Cómo puedo estar loco, entonces?

Me es imposible recordar cuándo empezó mi obsesión con los ojos, o será que en realidad son las miradas. No puedo saber cómo aquella obsesión entró en mi cabeza por primera vez; pero me acosó noche y día. No tenía ningún propósito, ni tampoco buscaba nada. No le tenía miedo a ese demonio. Jamás me había hecho nada malo. Su existencia no me interesaba. Me parece que fue su ojo. ¡Sí, eso fue! Tenía un ojo penetrante y enorme de color rojo y negro. Cada vez que clavaba su mirada en mí, se me helaba la sangre. Y así, poco a poco, muy gradualmente, me fui decidiendo a pactar con él y librarme de aquel ojo para siempre.

Al llegar la tercera noche sin dormir, comencé a planear el pacto. Pero, ¿qué le podría interesar de mí a ese demonio?

Lo vi con toda claridad, con un color rojo y una piel escamosa. Pero no podía ver nada de la cara del demonio, pues, como movido por un instinto, había desaparecido su mirada.

Con el pacto sellado, el ojo del demonio ya no me miraba, pero ahora yo veía ojos por todos lados, y me di cuenta de que me había engañado. Se acercó y me dijo al oído: "El ojo que tú ves no es ojo porque tú lo veas, es ojo porque él te ve."
© Luis Julián Veloz