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ENSUEÑOS A CONSIGNACIÓN (minicuento)

Cuatro de la mañana. Una simpática bruja araña maliciosa las teclas de mi portátil, mientras la barra de herramientas del procesador de texto bosteza su inacción. Yo, que no logro sacudirme el bloqueo, apuro el café sin azúcar. Hace frío. La bruja, con indecentes tocamientos, impide que me concentre en la página erudita de Nava Contreras que intento leer, a ver si trae juicio a mi mente. Pero no tiene caso. La brujita zángana hace de las suyas en regiones inhóspitas de mi humanidad al tiempo que otros seres insólitos se domicilian gozosos en el desorden del cuarto. Un peluquero marciano revuelve la cesta de ropa sucia en procura de no sé cuál secreto cósmico; un sombrero borsalino baila joropo guayanés encima de una caja de zapatos Nike medio derruida; un hombrecito deforme que fabrica girasadores riñe a cuchillo con un historiador mafioso. Cartas marcadas, fornicadores impenitentes, dentaduras postizas cantando boleros, un ucrónico atentado contra Eustoquio Gómez, Tío Tigre empeñado en gastarle una broma pesada al sonado roedor Mickey. Cada uno a su manera demanda atención, reclama la epifanía de la palabra escrita, procura la forma discursiva que lo domestique. Lamento defraudarlos, mi habla poética está agotada. Sin embargo, acudo deliberadamente al engaño, prometiéndoles la escritura para más tarde. Pido que me den sus ensueños a consignación, que no se vayan, que queden de su cuenta. No puedo privarme así nomás de esta fantasmática puesta en escena. Quizás, después de tanto deslumbre, pueda pagarles, contando sus historias. Quizás.
© Orlando Yedra