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Querido Diario II
Paso mis tiempos esperando a verte. Es así como los días de semana son especiales y los fines de semana tormentosos. Durante las clases puedo verte, ya sea personalmente, como desde las escaleras y esa es la parte más divertida: ver cómo tu le pones atención a la lapicera y vuelves la vista al profesor. Observo y contemplo tus rasgos perfectos que me maravillan siempre. No volteas nunca ni tampoco notas vivencias de miradas.
Paso las horas esperando a que toque el timbre del receso y, cuando este llega, bajo las escaleras apresuradamente hasta la puerta de tu curso. Alzo la vista hasta encontrar mi punto blanco y allí como siempre estás tú.
Me siento a tu lado y aún continúas escribiendo o leyendo, hasta que tímidamente (y a veces ansiosa) te digo 'hola'. Allí, me derrito sobre la silla cuando vuelves a sonreír; ¿hace falta la aclaración? Adoro que sonrías, me conmueve demasiado.

Es estremecedor oír que me halagas. Intento hacer oídos sordos pero las mejillas me arden. Mi mirada no es capaz de sostener la tuya y me siento igual que yacer entre tus brazos. Sonrío incómodamente y replico que no es verdad, pero la realidad se debe a que no se cómo expresarme cuando haces ello. Me pones nerviosa, me pones los pelos de punta.
Tal vez lo haces a propósito, ya que mi rostro no es de los mejores y suena algo divertido. Y a mi me divierte notar cómo me alteras y darme cuenta así de lo enamorada que estoy.

Enamorada de ti.

Intento cambiar el tema y, por más difícil que sea el trabajo, logro hablarte de otras actividades, pero recaigo nuevamente en el mismo hoyo. ¡Maldito seas tú! Besas mis labios con una dulzura que jamás observé en nadie y ya no sobra nada mí. Es impresionante y verosímil todas las sensaciones que me ocacionas pero... ¿qué más puedo hacer?