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El huésped de mi insomnio
En una de esas noches en que el sueño me eludía, me encontré nuevamente envuelto en el abrazo inquietante del insomnio. Era costumbre mía, ya casi un ritual, levantarme y dirigirme a la cocina para tomar un vaso con agua, con la esperanza de que el líquido fresco apaciguara mi mente y me condujera finalmente al descanso.

Me levanté con pereza, arrastrando los pies por el frío suelo de madera que crujía bajo mi peso. El silencio de la casa era profundo, interrumpido solo por el suave murmullo del viento que acariciaba las ventanas. Al llegar a la cocina, llené el vaso y lo apuré en grandes sorbos, sintiendo cómo el agua fría descendía por mi garganta, calmando por un instante la tormenta de pensamientos que me asolaba.

Con el vaso vacío en la mano, emprendí el camino de regreso a mi habitación. Sin embargo, al llegar al pasillo que conducía a la puerta, un escalofrío recorrió mi espalda. Allí, a la distancia, en la penumbra, una figura alta y oscura se perfilaba cerca de la entrada a mi dormitorio. La silueta era inconfundible, a pesar de la falta de luz, y me invadió una sensación de irrealidad.

"¿Eres tú?" murmuré, mi voz apenas un susurro que se perdió en el aire pesado. No esperaba una respuesta, pero el silencio que siguió fue roto por una serie de carcajadas, profundas y resonantes, que hicieron vibrar las paredes. Esas risas, tan familiares, pertenecían a alguien que conocía demasiado bien, aunque no podía recordar quién.

El hombre comenzó a avanzar hacia mí, sus pasos resonando en el pasillo vacío. Mi cuerpo se congeló, incapaz de moverse, mientras el miedo me envolvía como una capa de niebla. El sonido de sus risas llenaba todo el espacio, retumbando en mis oídos, creciendo en intensidad a medida que se acercaba.

Mi mente intentaba encontrar sentido a la situación, luchando contra el pánico que se apoderaba de mi ser. La figura se detuvo a pocos metros de mí, su rostro cubierto en sombras. Quise gritar, pero mi voz se ahogó en mi garganta.

Y entonces, el silencio regresó. El hombre estaba allí, a mi alcance, pero no se movía. Sus risas habían cesado, y lo único que quedaba era el sonido de mi respiración acelerada y el latido furioso de mi corazón. En un instante, el tiempo pareció detenerse, atrapándome en un abismo de incertidumbre.

Finalmente, di un paso hacia adelante, obligado por una fuerza que no comprendía. El hombre no retrocedió, ni avanzó, simplemente permaneció allí, inmóvil, como una sombra al acecho. Extendí mi mano, queriendo tocarlo, queriendo confirmar su existencia o disipar la ilusión que me atormentaba.

Pero antes de que pudiera hacerlo, una ráfaga de aire frío me golpeó el rostro y la figura se desvaneció en la oscuridad, dejando tras de sí un vacío impenetrable. Las carcajadas regresaron, más distantes esta vez, resonando en algún lugar profundo de la casa, como un eco que se desvanecía en la distancia.

Me quedé allí, solo en el pasillo, mi mano extendida hacia el vacío, mi mente luchando por comprender lo que acababa de ocurrir. ¿Había sido real? ¿O solo un producto de mi insomnio y la oscuridad de la noche?

Nunca lo supe.

Y cada vez que el insomnio regresa, cuando el silencio de la noche se vuelve demasiado denso, a veces creo escuchar aquellas risas, lejanas, susurrando mi nombre, recordándome que no estoy solo... aunque preferiría estarlo.